Lo indican expertos en demografía y economía. Es porque ahora muchos llegan sanos a los 65.
Por GISELE SOUSA DIAS
Clarin
03/10/10
En el mundo, para prever los costos sociales y económicos del envejecimiento, se utiliza la edad cronológica como guillotina: a partir de los 65 años una persona se convierte en “vieja”, dependiente de otros y en una “carga” para quienes están en edad de trabajar. Pero una medida de corte que asuma que los avances en salud y longevidad se detienen repentinamente cuando se cumplen 65 años, resulta obsoleta y engañosa. Eso es lo que postula una nueva investigación publicada en la Revista Science . En cambio, propone medir el envejecimiento tomando en cuenta que muchos llegan a esa edad sin una discapacidad que los vuelva dependientes y con una larga vida por delante.
Los autores, Warren Sanderson, profesor de Economía e Historia y Sergei Scherbov, experto en análisis demográfico, contextualizaron: “Hace 200 años, en Europa Occidental menos del 25% de los hombres llegaba a los 60 años; hoy llega más del 90%. En ese entonces, además, alguien de 60 años era considerado un anciano”.
En nuestro país, el tema fue abordado esta semana durante el 17° Congreso Internacional de Psiquiatría: “En Argentina, entre 1950 y 2050, la cantidad de niños se duplicará mientras que los de más de 70 años multiplicarán su presencia 14 veces (INDEC). Los avances en salud permitieron que hoy una persona de 65 años sea equivalente a una de 60 de hace 50 años”, apunta Fernando Taragano, presidente del área de gerontología de la Asociación de Psiquiatras.
El estudio de Science indica: “La medición de ‘carga de dependencia de la vejez’ ya es obsoleta, porque cuenta a todo mayor de 65 como dependiente de las personas en edad de trabajar. Sin embargo, muchos no están discapacitados ni necesitan del cuidado de otros; al contrario, están en condiciones de atender a otros”. Así proponen una medida basada en la relación entre quienes necesitan cuidados y los que pueden brindárselos.
Nélida Redondo, especialista en sociología del envejecimiento, da algunas pautas locales: “Desde fines del Siglo XX el envejecimiento se presenta como un fenómeno apocalíptico, asegurando que los aportantes no van a poder sostener el sistema de seguridad social. Muchos de esos cálculos se basan en la estructura de edades de la población. Sin embargo, hoy sabemos que la edad no es un factor explicativo del riesgo de enfermedad o dependencia: enfermedades como la diabetes o hábitos nocivos, como ser fumador, son más predictores de discapacidad que la edad. Por otra parte, las diferencias entre personas de una misma edad pueden ser abismales: no es lo mismo una persona de 65 años que trabajó en una mina o en el campo que un profesional liberal que vive en un país de elevado desarrollo”, ejemplifica. “La ‘esperanza de vida libre de discapacidad’ es un indicador mucho más sensible a los cambios. En nuestro país, por ejemplo, como el haber jubilatorio es bajo, muchos se mantienen laboralmente activos hasta los 70 años. Lo hacen porque están sanos, desean disfrutar de buenas condiciones de vida y por lo tanto, no quieren empobrecerse”.
Para Taragano, “el cambio es inexorable. En la Ciudad, hace 60 años, había 1 niño y 1 anciano por cada 6 adultos jóvenes. Hoy se redujo a la mitad la cantidad de jóvenes que deben dar sostén jubilatorio y crianza a los niños, por lo que necesitamos mantener más tiempo en términos productivos al adulto mayor. La nueva medición, además, revalorizará su capacidad productiva”. Se refiere a los que, por portación de edad, son “rebotados” en las búsquedas laborales.
Margarita Murgieri, geriatra de la Sociedad Argentina de Gerontología y Geriatría, dice: “El problema no es el aumento de personas de edad saludables e independientes sino de aquellas que requerirán de un cuidador familiar, institucionalizaciones y mayor costo socio-sanitario. Para evitar la discapacidad y la dependencia, estamos estudiando la ‘fragilidad’, es decir, la disminución en las reservas fisiológicas de las personas con peor respuesta al estrés”.
Pero el riesgo de estas mediciones es “considerar el envejecimiento sólo como un factor biológico y dejar de lado otros factores”, dice Ricardo Iacub, docente de Psicología de la Vejez y Tercera edad (UBA). “Los estudios científicos muestran que los mayores prefieren las emociones positivas y se desestabilizan menos ante lo negativo. Además, frente a las dificultades, como la cercanía de la muerte, muchos mejoran su ánimo. Lo del ‘viejo’ depresivo es un mito. Esto es lo que ya se estudia como ‘la paradoja del envejecimiento’.