Osvaldo Bonet, actor y director
A los 86 años, está actuando con Veronese y Suárez Marzal
La Nación
Sábado 7 de mayo de 2005
Llega con paso tranquilo y, apenas se sienta, aclara: "No me haga hablar en difícil porque no me sale. Después usted arregla, ¿sí?". Entrevistar a Osvaldo Bonet es un lujo porque no hay nada que arreglar. Es que este director y actor tiene la capacidad de ir hilvanando historias con suma facilidad.
Entre tema y tema, recuerda a su maestro Cunill Cabanellas, a sus padres, a sus juegos infantiles y hasta pasea por los recuerdos de sus compañeros de escena. A los 86 años, Osvaldo Bonet está trabajando en dos obras: "Numancia", con dirección de Daniel Suárez Marzal, en el Teatro Cervantes, y "El hombre que se ahoga", de Daniel Veronese, en El Camarín de las Musas. Y aunque él piense que está un poco opacado porque se la pasa haciendo dramas o tragedias, la siguiente charla lo desdice.
* * *
"El elenco de Daniel Veronese es muy entusiasta, apasionado y alegre -apunta el maestro-. No sienten el deber de tener que trabajar, sino que se impone el gusto de hacerlo."
- ¿Acaso no es lo mismo que le pasa a usted?
- ¡Ah, sí, claro! Por eso trabajar con ellos me resulta tan agradable. Pero también los actores viejos son frescos y divertidos; no se crea. Claro que todo se ensucia con la publicidad, con la necesidad de mantener la fama y todo ese tipo de cosas que forman parte de la actuación. Yo prefiero las cosas frescas. Para mí, el teatro es como una especie de impulso; será por eso que me cuesta explicar mi apasionamiento por la actuación. ¿Vio los perros cuando juegan con su propia cola? Así es. Cuando era chico cada dos por tres jugaba al teatro. Invitaba a mi madre y a las sirvientas de casa, abría una puerta que daba al patio y ellas se sentaban. Yo hacía algo, me aplaudían un poco y luego se iban. Ese juego permanente lo tuve desde chico; era muy fantasioso.
-¿Y cómo fue su tiempo de juventud?
- Mire: yo estudié en el Nacional de Buenos Aires. Soy un gran defensor de la escuela pública. Me apasionaban la física, la matemática. De joven me pasaba horas preguntándome qué iba a pasar cuando se dividiera el átomo. En aquel momento pensábamos que si se lograba hacerlo, habría tanta energía en el mundo que no iba a hacer falta trabajar y que, entonces, llegaría el famoso ocio creativo. ¡Qué iba a pensar yo que cuando se murieron miles de personas en Hiroshima y Nagasaki eso era la división del átomo! Eso me generó una profunda desilusión... A partir de ese momento, nunca más tuve fe en el progreso ni en nada. Sólo gracias a la ganas de vivir es que producimos cosas, entre las cuales está el teatro, ese juego de representarnos para ver cómo somos, eso de hacer muecas frente al espejo..
-¿Sigue haciendo muecas frente a un espejo?
-Sí, no lo puedo evitar. La otra vez me di cuenta de que estaba haciendo muecas en el colectivo. Todo muy ridículo, pero es un impulso.
-Tiene dos obras en cartel y el año pasado también estaba trabajando en dos piezas simultáneamente...
-Y todas alegrísimas. [Se ríe.] Imagínese: una se llamaba "Los desventurados" y la otra "Un hombre que se ahoga". Vivía en pleno drama. Yo mucho no me doy cuenta, pero mi mujer me dice que el tono de la casa cambia cuando estoy haciendo una comedia o un drama. ¿Por qué? No sé. Ella siempre se acuerda de que cuando dirigí "Cirano de Bergerac", con Ernesto Bianco, mis hijos se la pasaban jugando con espadas. Cuando hago un drama, me dice que estoy más callado.
-¿Lo nota ahora?
-Sí, claro. Estoy menos lanzado. Es que ahora también estoy entre un drama y otro.
-Se podría decir que los domingos, cuando actúa en los dos montajes, tiene el sueño del destino trágico asegurado.
-Sí. Es así. [Se vuelve a reír.]
-Mucho drama, pero trabajo no le falta.
-Es que cada vez que piensan en un viejo, piensan en mí. A mí me pasaría lo mismo.
-¿En cuántas obras trabajó?
-¿Obras, dijo? No. No tengo idea. De algunas ni me acuerdo del nombre... Las que tengo más presentes son "Cirano...", "Don Gil de las calzas verdes" o esa que hice con Alfredo Alcón en el Odeón, de la que tampoco ahora me acuerdo del nombre. Son tantas...
-¿Cuántos hijos tiene?
-Dos. Diría que son "niet-hijos" porque los tuve de grande. Uno es psicoanalista, y le va muy bien; y el otro es Joaquín Bonet, actor. Joaquín ahora está escribiendo una obra suya que piensa montar con su grupo y también está escribiendo diálogos para "Floricienta".
-Cuando ve a su hijo actuar, ¿le agarra chochera de padre o reproduce la firmeza que su maestro Cunill Cabanellas aplicaba con usted?
-No. El que se pone firme es él cuando me ve actuar. A Joaquín no le gustan muchas cosas que hago, yo lo noto. "Está muy bien", me dice, pero yo me doy cuenta que mucho no le gustó. Está bien...
-Actualmente está con "Numancia" y con "El hombre que se ahoga", ¿sabe cómo sigue su año?
-Mire..., hace pocos días me hicieron una propuestas diferente que me está gustando. Algo para hacer con Cozarinsky...
-¿Será para la obra que Edgardo Cozarinsky está preparando para el ciclo Biodrama?
-Sí, es para ese ciclo...
-Es excelente.
-Sí, la otra vez vi la obra de Javier Daulte, "Nunca estuviste tan adorable", y la otra noche vi la película de Cozarinsky, "Ronda nocturna", que está estupendamente bien hecha, aunque es una de esas películas de las cuales uno sale molido. Es muy dura...
-¿Tiene otra propuesta?
-Sí: trabajar con Alfredo Alcón en "Enrique IV", de Pirandello. Yo ya le había dicho que sí y, ahora, tener que decirle que no me da cosa... Pero lo de Cozarinsky es muy renovador, muy interesante...
* * *
Allá va él, una de las grandes figuras del teatro argentino. Un actor y director que a sus 86 años sigue optando por aquello que lo provoca, que lo hace sentir más fresco.
Alejandro Cruz
http://www.lanacion.com.ar/702060
Publicado por Licenciatura en Gerontología el día: Mayo 7, 2005 09:16 AM