La sociedad europea está cambiando en muchos aspectos, pero, probablemente, el elemento que más nos va a afectar en la consideración de nuestras naciones es el cambio demográfico en el que estamos inmersos. Así, Europa va a ser en pocos años un territorio con una población envejecida y con una población inmigrante procedente de otros territorios que conforme el mercado laboral y nuestra nueva configuración social.
ALFONSO JIMENEZ
EL MUNDO / Domingo 14 de abril de 2002
Este rasgo-predicción de una población que ha envejecido, sostienen los demógrafos, será especialmente grave en nuestro caso. En España hemos pasado de 1978 (con tasas de natalidad de las más altas de Europa) a 1998 (con la tasa más baja del mundo) de una cifra de nacimientos anuales superior a 650.000 a una cifra en torno a los 350.00. Esto es, casi la mitad. El problema pasó por las maternidades, luego por la educación primaria y secundaria y ahora está afectando tanto a la educación superior (¿que hacemos con la capacidad educativa que hemos generado?) como al mercado laboral.
Como todos los hechos sociales, el tener una población envejecida supone riesgos y oportunidades y las empresas deben estar atentas al fenómeno para, como siempre, convertir una amenaza en una oportunidad.
Es evidente que, desde el punto de vista del mercado, una población envejecida se configura como un grupo potencial de consumo diferencial en cuanto a la demanda de productos y servicios, especialmente si las nuevas y futuras personas mayores tienen capacidad de compra. Pensemos que no sólo tendremos nuestros ancianos en el país, sino que, día a día, estamos recibiendo más jubilados del resto de Europa que eligen nuestro país como destino de vida para la jubilación por la combinación de calidad de vida, protección social y prestaciones, y, especialmente, por razones climáticas y sociales (hospitalidad y bajo nivel de delincuencia).
Sin embargo, desde el punto de vista laboral, la realidad social del envejecimiento presenta algunos desafíos.
Primero se disminuye la población activa local, con la consecuente llegada de inmigrantes para cubrir las necesidades de trabajo generadas por una economía en niveles de crecimiento superiores a la media europea y con un fuerte peso del sector servicios, especialmente en turismo, ocio o entretenimiento, que ya está en torno al 11-13% dependiendo de qué consideremos por dicho sector, de nuestro PIB. Además, con fuerte previsión de crecimiento sostenido hasta alcanzar, según los expertos, un 16% de nuestro PIB.
Dicho sector es altamente demandante de trabajadores sin alta cualificación pero con una gran vocación hacia los otros. En este sentido, España debería aspirar a convertirse en la mejor escuela mundial del servicio y, sin embargo, la mayor parte de los trabajadores de dicho sector llegan a él sin cualificación específica, muchos de ellos además sin una fuerte vocación.
Tener que gestionar personas diversas es una de las conclusiones claves de una población envejecida. Y para ello hay “ciencia”, “técnicas”, y nosotros las tenemos que aprender rápidamente.
Cuando hay menos trabajadores, cuando la oferta es escasa, existe el riesgo de tener que poner más euros sobre la mesa para atraer y retener a los mejores. El trabajador gana libertad porque, sin duda, tendrá una opción de elección.
Otra consecuencia de este proceso será la necesidad de gestionar mejor el empleo, tener que buscar los “caladeros adecuados” y poner los “cebos” más atractivos. La función de empleo será más compleja, pues siempre habrá más competencia por los mejores.
Alargar la permanencia de las personas, retrasar la jubilación, flexibilizarla para hacerla atractiva será otro reto de la nueva realidad. Y ello está en línea opuesta a las prácticas actuales de considerar a los mayores como obsoletos, lentos, inútiles y caros. En este contexto, las prejubilaciones y las jubilaciones anticipadas se convierten, además de en una obsesión de alto coste económico y social, en un despilfarro de conocimientos y experiencia que, sin tener por qué, dejan de ser útiles para la empresa y la sociedad.
Flexibilizar el resto significa pasar paulatinamente de una actividad laboral desenfrenada al retiro de una manera no traumática ni para la persona ni para la organización. No todo el mundo se debe retirar a la misma edad y nadie debería pasar de trabajar ocho horas diarias a no trabajar ninguna de un día para otro.
Evidentemente, la empresa debe buscar nuevos roles y modelos abiertos de utilización del talento más experimentado.
Los costes de la Seguridad Social serán mayores para atender a una población envejecida. Es preciso hacer modificaciones en las prestaciones para poder soportar sistemas públicos generosos.
Ello nos llevará a la necesidad de las empresas, para con sus empleados, de dotarles de planes de previsión social complementarios que garanticen niveles de vida razonables y prestaciones suficientes de salud, jubilación e, incluso, de dependencia.
Por cierto, que en torno al negocio de la dependencia de la tercera edad se generarán más servicios y miles de nuevos puestos en los próximos años.
En el ámbito del empleo, los mayores deberán también incrementar su actividad a la hora de buscar “caladeros” e, incluso, deberán considerar pasar personas asentadas en el grupo de la inactividad a la población en disposición a trabajar (población activa).
En este sentido, se plantean soluciones como facilitar la plena integración de la mujer al trabajo, incluso la mujer mayor que nunca lo ha hecho, o establecer modelos de organización del trabajo por horas para estudiantes. Pensemos, a este respecto, que hoy hay más de 1.5 millones de estudiantes en nuestras universidades que si trabajasen dos horas diarias darían al país 60 millones de horas mensuales de trabajo.
En definitiva, el envejecimiento de la población debe ser considerado como un fenómeno de crucial importancia y de evidentes consecuencias no sólo sociales, sino también empresariales. Así lo demuestra el estudio Demografía, Mercado Laboral y Gestión de Personas, que hemos desarrollado y así lo ratifican algunas de las ideas que se han manejado estos días en Madrid en la II Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento.
La empresa no debe dar la espalda al fenómeno, ya que es el gran cambio de una nueva sociedad. Aprendamos y saquemos ventajas de lo que, ahora, se presenta como una amenaza.
Alfonso Jiménez Director General Watson Wyatt