La relación médico-paciente fue el eje que sostuvo toda medicina hipocrática desde hace 2500 años. El bienestar del paciente como objetivo excluyente del acto médico se apoyó en la esencial vocación del médico para curar y cuidar y en la confianza del paciente en prestar su cuerpo y también su alma para ser cuidado y ser curado. Esta relación, que era asimétrica porque uno indicaba y ordenaba activamente, como depositario del saber, y el otro obedecía "la orden del doctor", estaba teñida por la afectividad. El médico era quien sabía lo que era mejor para el paciente, algo que facilitaba esta credibilidad ciega y cierta
Por Carlos R. Gherardi
Para LA NACION
Miércoles 10 de agosto de 2005
En los últimos cuarenta años, la tecnociencia impregnó la práctica de la medicina. El correlato inmediato que este cambio provocó en la relación con el paciente fue el desplazamiento del médico como agente personal a los equipos de cada especialidad y subespecialidad y el corrimiento del consultorio tradicional hacia las instituciones. La consulta médica ya no fue un acto único y central, sino múltiple y despersonalizado. Su motivo no era ya el padecimiento de una persona, sino la interpretación de una imagen, de un signo o de un número. La interposición de los exámenes complementarios y de las interconsultas dificulta, con el paso del tiempo, el reconocimiento de cuál fue el motivo de la consulta inicial, el establecimiento claro de quién es el médico principal y la definición precisa del padecimiento fundamental.
En esta exploración actual del contacto del paciente con la medicina no puede obviarse su relación con el equipo de salud, constituido por una pléyade de trabajadores no médicos: bioquímicos, enfermeros, trabajadores sociales, instrumentadoras, psicólogos, kinesiólogos y, seguramente, algunos más, y también por las secretarias, auxiliares y técnicos.
Pero a pesar de estos inconvenientes, se registró en este período un importante avance de la medicina, manifiestamente superior al de toda la historia de la civilización, que se puede medir fácilmente por el importante aumento de la esperanza de vida en aquellas comunidades que tienen garantizados el derecho y el acceso a la salud. Sin embargo, este avance no excluye actualmente las situaciones conflictivas generadas por la aparición de una verdadera industria de la salud y de la enfermedad, que perturbó para siempre la tradicional relación médico-paciente hasta alcanzar, virtualmente, su disolución. La constante presencia en el sistema de salud de un "ente financiero" impulsó a Callahan a hablar de una relación triádica paciente-médico-ente pagador, por oposición a la diádica, o cuasi diádica, definida por Laín Entralgo.
¿Cómo compatibilizar la necesaria confianza del paciente en el médico con la praxis de la medicina actual, que tiende a transformar al médico en un experto y al paciente en un objeto exterior? Nunca como hoy las múltiples especializaciones han promovido que la frecuente lejanía entre el operador y el paciente pueda ser casi absoluta, hasta el extremo de no existir, en muchos casos, ningún vínculo, ni siquiera visual.
En estas situaciones, que empalidecen la actuación del antiguo médico de cabecera, la pregunta es en quién deposita el paciente su confianza. Es posible considerar, como hipótesis, que gran parte de la credibilidad, antes encarnada en el médico, se ha desplazado hacia la certidumbre inapelable de la verdad estrictamente científica, que hoy parece sustentar a toda la práctica de la medicina.
En este punto, que parece de no retorno, es importante que la sociedad conozca el carácter transitorio del conocimiento científico y la ausencia de inmutabilidad, de previsibilidad y de infalibilidad de ese conocimiento.
Este cambio cultural, que es alentado por intereses absolutamente ajenos al paciente, tiende a reemplazar la presencia y la figura del médico por los dictados de un dogma científico que traslada sus postulados a la medicina, ahora instrumentada a través de un conjunto de eslabones técnicos constituidos por el llamado sistema de salud. Este "paternalismo científico" es ajeno al médico como persona y lo separa o retira del vínculo humano que constituyó el eje de la medicina por milenios. El médico es sólo uno de los numerosos operadores en ese complejo sistema que tendría como misión segura la cura del paciente.
Si desaparece del todo la confianza del paciente, nacida del vínculo personal con su médico, y si los trabajadores de la salud resignan su vocación de curar al otro a través de su acción, podemos hablar de un paternalismo científico: la sociedad cree en la "ciencia médica" y los actores del sistema de salud se sienten instrumentos de ese menester.
Hay señales objetivas de este proceso, desde que el acceso a la información médica a través de todos los medios universalizó los progresos y resultados, aunque ni la sociedad ni el paciente puedan discriminar lo cierto de lo incierto, lo permanente de lo fugaz o la investigación en curso de la certeza.
En el otro extremo, los médicos y sus colegas de la atención sanitaria ven reducir progresivamente su campo de acción dentro de un sendero cada vez más estrecho y complejo que los impulsa con mayor frecuencia a interpretar un examen, comprender un mecanismo o descubrir un procedimiento.
Y aunque el sistema no olvide el objetivo final de las acciones médicas, en el trajinar diario todos son diagramas para el diagnóstico, pasos de tratamientos, disposición de nuevas prácticas, gráficos y sofisticados trazados, elaboración de complejas estadísticas, respeto dogmático de algoritmos, sumatoria de riesgos e índices de probabilidad. ¿Cómo compatibilizar una medicina basada en la presunta evidencia con otra basada en la certera afectividad?
Resulta dudoso que la medicina, aun la del siglo XXI, pueda prescindir totalmente de un vínculo afectivo, porque el paciente lo necesitará en algún momento de la evolución de su enfermedad y porque el médico que ve pacientes sentirá seguramente el deseo de canalizar su vocación de ayudar. Pero lo cierto es que por ahora los esfuerzos reales y mayores del sistema de salud por recrear este espacio vincular han nacido en virtud de razones económicas y no por preocupaciones filosóficas y humanísticas.
Un producto no deseado es la creciente y progresiva opacidad de la figura del médico. No obstante, ese médico, que ha perdido la credibilidad de la sociedad sobre su vocación y su virtud, sigue siendo, paradójicamente, el depositario de la responsabilidad profesional. La judicialización creciente de la medicina y el clima de sospecha sobre el trabajo médico completan un panorama poco alentador en el presente y en el futuro.
No es bueno que la sociedad crea que el progreso del conocimiento científico torna próxima la curación de toda enfermedad y el alejamiento seguro de la muerte, porque tal creencia puede confundirla en sus expectativas y provocar reacciones equivocadas ante la frustración y el infortunio.
El autor es doctor en Medicina y director del Comité de Etica del Hospital de Clínicas.
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Publicado por Licenciatura en Gerontología el día: Agosto 10, 2005 08:21 PM