"Despacito y buena letra:
el hacer las cosas bien
importa más que el hacerlas."
Antonio Machado.
APRENDER A VIVIR DESPACIO
Para participar con ilusión y entusiasmo en el festín de la vida hay que
saborear el mero hecho de vivir, aparte de que las cosas nos vayan bien o
mal. La vida es maravillosa si no se le pide más que la vida misma, que no
es poco.
Para vivir la vida no hay que desatender ninguno de los tres tercios de la
jornada: trabajo, ocio y sueño. Al mismo tiempo se debe compaginar la
libertad, el amor y la soledad para forjar ese otro mejor que todos llevamos
dentro, o como, dijera el poeta: "Llega a ser el que eres".
Viviendo... aprendemos a vivir pero para vivir toda la vida se necesita de
ese arte que Ramón y Cajal definió magistralmente: "El arte de vivir mucho
es resignarse a vivir poco a poco". Y hemos de ser conscientes de que la
muerte es el precio que debemos estar dispuestos a pagar por la vida. La
proximidad de la muerte nos hace sentirnos libres y como dijera Manuel
Azaña: "La libertad no hace felices a los hombres, pero les hace hombres".
Lo terrible no es morir. Morirse no importa nada: lo que importa es que la
vida con la muerte se acaba. No hay pobreza mayor que la de morir sin haber
vivido, sin haber sentido la felicidad de vivir y sin haber tenido ilusión
por vivir. No se tiene ilusión por ser joven. Se es joven mientras se vive
con ilusión y se es viejo, cualquiera que sea la edad, cuando cuenta más el
pasado que el futuro.
El progreso y la cultura han ido añadiendo no sólo años a la vida, sino vida
a los años, y a la vez que ha ido aumentando la esperanza de vida ha ido
disminuyendo la natalidad. En la Unión Europea uno de cada cinco adultos
sobrepasa los 65 años, mientras que España ya cuenta con unos seis millones
de ancianos y dentro de poco más del 20% de la población española tendrá más
de 65 años.
La esperanza de vida se está democratizando y envejecemos entre viejos que
irán a la conquista del poder mediante el voto mayoritario para hacer
respetar su derecho a la vida y a la dignidad de sus años. El respeto será
uno de los valores característicos de la sociedad del futuro, en la que se
reconocerá sin reserva que la competencia intelectual persiste hasta edad
muy avanzada.
Hemos de aprender a vivir despacio, paladeando la segunda mitad de la vida,
en la que no hay ninguna duda de que el reloj dando las horas no nos las da,
nos las está quitando, y en la que se sabe que la felicidad como toda
conquista de la inteligencia jamás se alcanza... pero también se sabe que se
siente la felicidad de acercarse a la meta. Tendremos que aprender a
convivir apaciblemente con muchos de los problemas que nos acosarán y que
son insolubles a nivel personal. Y no hemos de olvidar que hay enfermedades
de las que se muere y enfermedades con las que se vive. A veces más y mejor.
El difícil arte de envejecer es también el arte de quedarse solo. Frente al
aburrimiento y la apatía hay que cultivar la capacidad de entusiasmo. No hay
mayor deleite que envejecer aprendiendo.
Alguien ha dicho: "Ya ni el futuro es lo que era", y es que realmente, no
hay esperanza sin sueño, ni sueños sin esperanza. "Dejadme la esperanza",
clamaba Miguel Hernández. No querer ni esperar nada de la muerte, es querer
y esperarlo todo de la vida. No en vano, en esta tierra en la que nada
envejece, porque todo es viejo de nacimiento, se canta: "La esperanza que
tenía / no era vivir por vivir / un poco más todavía; / sino porque viviría
/ muriendo por no morir / y el alma renacería".
Francisco Arias Solis
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