El ilustre memorioso de la Ría de Ajó
Lulo Gasparri, un viejo criollo capaz de referir todo lo acontecido durante dos siglos en un partido bonaerense
La Nación Rincón gaucho
Sábado 14 de enero de 2006
GENERAL LAVALLE-. Esta zona de pantanos y terrenos bajos cercana al Cabo San Antonio presenta una topografía muy característica y pintoresca de la que sobresale por su belleza la Ría de Ajó que une a la pequeña ciudad con el Río de la Plata, y atesora un anecdotario alimentado por sucesos que se remontan en el pasado a lo largo de dos siglos.
Cuando alguien consulta acerca de esas cuestiones siempre lo remitirán a una misma persona: Rómulo Gasparri.
En una esquina del sector de las quintas de las afueras del pueblo todavía se conserva el edificio donde funcionó el almacén de ramos generales de la familia, toda una referencia y una postal que ilustro muchas publicaciones en sus épocas de esplendor. Al lado, está la casa de Gasparri, rodeada celosamente por varios perros que mantienen a raya al visitante y por una de las especies más típicas de la llanura como es la cina cina. Con ese entorno Lulo se halla "en su salsa" ya que la presencia de sus antepasados en el lugar se remonta a casi doscientos años.
"A mi tatarabuelo, cuando les dieron tierra, les había dicho: los que se animen a tratar con los indios métanle nomás y así fue como se vinieron para acá. En 1827 el se encontraba en un lugar llamado Fortín Ajó y una hermana de él que vivía cerca del paso de Villar, en el río Salado, se casa y se viene para acá e instalan una grasería".
"Aquí ya había una población porque en este puerto, cuando la marea crecía los barcos podían llegar hasta el arribadero y bajar la carga por la planchada, sin necesidad de ningún trasbordo", siguió contando don Rómulo.
Pero no sólo la lejanía fue escollo en aquellos desolados parajes, también lo fueron los problemas con los saladeros en los años de Rosas, que tuvieron su gran crisis en la Revolución de 1839 cuando los ganaderos de la región, en su mayoría unitarios se alzaron en armas.
"Mas tarde, y con un mayor florecimiento de aquel primer emprendimiento llegó Pedro Luro, quien compró aquí, fundo El Saladero San Pedro y pidió terreno para construir los galpones."
Aquellos saladeros duraron hasta los primeros años del siglo XX, donde sucumbieron definitivamente y los pobladores tuvieron que emigrar a buscar otras formas de trabajo, construyendo canales o haciendo carbón de leña en los montes de General Madariaga.
Entonces sobrevino el éxodo y la gente se marchaba, llevándose todo lo propio, hasta aquellas pintorescas casillas que habitaban y a las que transportaban encima de ruedas hacia donde los llevaran los vientos de algún trabajo nuevo.
Con esas ausencias se desvaneció el Almacén de Gasparri, del que nuestro personaje fue repartidor con carro y caballos, practicando esa metodología de comercialización que cayó en desuso con el avance y la generalización del transporte, que también -poco a poco- fue arribando a la zona de Ajó.
Precisión de calendario
A sus 86 años, don Lulo, como se lo conoce en la región, recuerda con precisión de calendario cada experiencia buena o mala que lo tuvo como protagonista en determinada circunstancia acontecida hace veinte, treinta o más años a él o a sus familiares y vecinos en General Lavalle y la zona mas o menos cercana.
Por esa virtud se acuerda de las peripecias de la galera de Dávila en épocas de temporales o de las veces que le tocó cuartear a algún médico para que pudiera cumplir su tarea en los parajes más inaccesibles de la zona que le tocó transitar.
"Desde el día de su retiro de la función pública dejó de usar pantalones y volvió a la vestimenta criolla sencilla que había portado siempre", dice su amigo e historiador dolorense Juan Carlos Pirali.
Hoy, camina por las calles de ese pueblo que ha cambiado mucho desde aquel tiempo en el que se debían desatar los alambrados para cuartear los caballos de la galera que caían con el agua hasta la barriga, en el mismo lugar donde hoy existe un asfalto sólido que llega hasta la esquina del almacén.
Ese mismo pueblo ha decidido concederle la máxima distinción para alguien que ha vivido de un modo tan intenso esas cuestiones del arraigo y la identidad: desde el 13 de septiembre es ciudadano ilustre; aunque de hecho, sus vecinos ya se la habían otorgado esa condición desde mucho antes porque para Lulo Gasparri los años no vinieron solos.
Por Horacio Ortiz
Para LA NACION
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