Gerontología - Universidad Maimónides

« Comprueban que para envejecer bien hay que ser "positivos" | Página Principal | Es posible cambiar de carrera a los 60 »

Soy liberal, desobediente y rebelde de profesión

maria_angelica_bosco.jpgENTREVISTA A LA ESCRITORA MARIA ANGELICA BOSCO

A los 96 años, lúcida y con un gran sentido del humor, la autora de La muerte baja en el ascensor recuerda momentos de su vida y de su obra.

Por Silvina Friera
Página 12
Lunes, 16 de Enero de 2006

A pesar de haber transitado el siglo de punta a punta, la escritora María Angélica Bosco sigue pensando que vivir puede convertirse en una aventura interesante. Esta hermosa mujer de 96 años sabe que el humor es una alta calidad del espíritu, un buen ejercicio para la inteligencia que le ha permitido mantener, en los momentos más dolorosos de su vida –como cuando se divorció de su marido, a fines de la década del ’40– una armonía con el adentro y el afuera. “No aguanto a los viejos que se entretienen hablando de las enfermedades”, señala en la entrevista con Página/12, para marcar la diferencia con los “expertos” en achaques, medicamentos y otras yerbas medicinales. “Quiero la vida, estoy encantada con la familia que tengo, y como soy ambiciosa ahora me gustaría ver crecer a mis bisnietos.” En el respaldo de la silla, como tratando de ocultarlo con su espalda –acaso un gesto de coquetería–, está colgado el bastón que la autora del policial La muerte baja en el ascensor, publicado en su momento por la exclusiva colección Séptimo Círculo, tiene que usar por un golpe que se dio a mediados de 1995. Orgullosa de su salud y de su autonomía, terminó aceptando a regañadientes ese objeto para caminar, pero para conformarse dice que le inspira veleidades de reina. Una reina que, humorada mediante, se considera “la típica tilinga de Barrio Norte”, en donde siempre vivió.

–En agosto cumple 97. Cuando se levanta cada mañana, ¿piensa hasta qué edad va a vivir?

–No sé, no me juego por ningún número. Si estoy como ahora, quiero seguir viviendo, aunque la vejez ha restringido mis actividades, si pienso en la vida activa que he tenido. No estoy jubilada del todo, sí en el sentido de que no escribo.

–¿Nada?

–Sí, mi diario. Antes una idea me sugería un libro; ahora nada me sugiere una novela. Tengo ideas para hacer notas, pero no para construir los personajes y el ambiente. Supongo que nadie escribe después de los 90; lo que pasa es que nadie vive después de los 90 (risas).

–¿Qué escribe en su diario?

–Analizo los hechos que van ocurriendo en el país y en el mundo. No escribo todos los días, ahora hago sólo lo que tengo ganas de hacer, ¡se acabaron las imposiciones! Me encanta descansar...

–Usted empezó a escribir muy joven. ¿Por qué dejó de escribir cuando se casó?

–Hacer una carrera literaria no era compatible con mi matrimonio. Quizá si me hubiera dedicado a escribir mientras estaba casada, mi matrimonio se hubiera deshecho antes. Pero no me arrepiento, porque tengo tres hijos y no tengo un mal recuerdo de mi marido, aunque en el divorcio no fue muy generoso. Después de su muerte empecé a tener una carrera como escritora, estaba criando a mis hijos, trabajando, y no quería poner una exigencia más a mi vida con una convivencia. Y entonces tomé al amor como un alegre compañero de ruta. No me arrepiento, lo pasé muy bien en esa época. Sentimentalmente hice lo que me dio la gana, cosa que no había hecho en mi juventud. Y mi carrera ayudaba porque el ambiente de los escritores era mucho más libre que el ambiente burgués que había tenido en mi juventud.

–¿En ese ambiente de la cultura no se la criticaba por su comportamiento?

–En Mar del Plata andaba en motocicleta con un amigo, el Colorado Polledo, y era muy criticada. Pasó el tiempo y me encontré una vez en la SADE (Sociedad Argentina de Escritores) con muchas de esas mujeres que me criticaban. Y resulta que me dicen: “¿Te acordás cuando andábamos en motocicleta con el colorado Polledo?”. La que andaba era yo, ¡caramba!, pero las otras con el tiempo también se subieron a la motocicleta...

–Además usted fue una de las primeras mujeres en divorciarse a fines de la década del ’40...

–La mujer del médico de mis chicos me dijo: “Si te va bien, todos te vamos a dar la razón”. Es cierto, me fue bien, pero ¿eso es ser una precursora? No soy feminista, abogo por la igualdad de los sexos, por el reconocimiento de la libertad de la mujer, en el sentido de que se capacite; si no lo hace no puede pedir la igualdad. Hoy no es extraño que una mujer llegue a presidenta, como en Chile. Cuando escribía sobre estos temas en una columna que tenía en la revista Leoplán planteaba que los derechos no se exigen, se conquistan; los deberes se cumplen, y mientras las mujeres no estuvieran capacitadas para exigir sus derechos era inútil que se le otorgaran las cosas por favor, como pidió Simone de Beauvoir en El segundo sexo. He luchado por los derechos de la mujer, y he vivido reclamando mis derechos, pero con la responsabilidad de poder desempeñar el cargo que pretendía. Eso no es ser feminista, es ser femenina.

–¿Cuál sería la diferencia?

–La mujer femenina quiere compartir la vida con el hombre y la mujer feminista está contra el hombre. Siempre dije, y mis hijos se reían a carcajadas, que el ideal de mi vida hubiera sido pasarla del brazo de un hombre fuerte. Al final, me convencí de que el único brazo fuerte era el mío, entonces me arreglé sola. Pero me hubiera gustado compartir la vida con un hombre al que pudiera seguir, sin sentirme disminuida al hacerlo. Eso no es estar contra el hombre, es exigir la paridad.

–¿Y tiene novio ahora?

–¡No, Dios me libre, están todos bajo tierra! Los sobreviví a todos...

Hasta sus arrugas parecen reírse de lo que acaba de decir. Mujer alta, delgadísima, de manos delicadas y dedos largos que resaltan su extensión con dos anillos de piedras, Bosco revuelve el café como si mezclara las barajas de su vida. Y dentro de esas barajas, el peronismo, o mejor dicho, su antiperonismo es una cuestión de piel que ella fue tratando de moderar con los años. Dice que su actitud de rechazo a Eva Perón se fue atenuando, no así sus cuestionamientos a la figura de Perón.

“Estaba embarazada de Guillermo, mi hijo menor. Había ido con mi hija a la tienda inglesa Auld’s, que estaba en la calle Bartolomé Mitre. Cuando volvía, al llegar a Diagonal Norte, me encontré con el aluvión peronista que iba para Plaza de Mayo –recuerda la escritora–. El contacto que había tenido hasta entonces con el pueblo era con los peones de la estancia, que eran muy afectuosos, y con el personal doméstico. Cuando los vi venir en mangas de camisa y vociferando, me quedé muda. Pero no fui yo sola; para toda la gente de Barrio Norte esa aparición fue como un mal sueño. Nos opusimos a Perón, obviamente, porque nos descalificaba, pero en el fondo, hubiera consentido el peronismo, si hubiera hecho algo realmente a favor de la clase obrera. Les dio dádivas, pero no les dio una posición real. No se ocupó de hacer del país un gran país después de la guerra.”

–¿Sólo dádivas? ¿Y los derechos laborales que adquirieron los trabajadores?

–Ya sé que adquirieron muchos derechos, eso había que hacerlo y estaba muy bien. Los conservadores fueron muy idiotas, no supieron darse cuenta de que tenían que ceder ciertos privilegios. Como dijo Lampedusa, “hay que cambiar algo para que todo siga igual”. Si hubieran querido conservar la posición, tendrían que haber sabido que, como los padres con los hijos, para mantener ciertos privilegios había que aflojar, lo que no significaba ceder todos los derechos. Eso es lo que no hizo nunca la clase conservadora, de modo que si algo se merece es el peronismo. La Revolución Libertadora se equivocó cuando se dedicó a exhibir las faltas de Perón. Al pueblo le molestó que se criticara el lujo de Eva, porque lo veían como si fuera de ellos. Una vez que cuestioné una foto de Eva, en la que estaba con una capa de armiño, mi cocinera, que era 100 por ciento peronista, me dijo: “Si me caso con el rey, soy la reina”. Ese lujo de Eva las satisfacía a todas. En esa época de la mal llamada “Revolución Libertadora”, días antes de la caída de Perón, se hablaba de posibles asaltos a las casas de Barrio Norte y Palermo. Los llamados telefónicos que desparramaron el rumor asustaron a Bosco, que estaba sola con sus tres hijos chicos. Aunque mandó a su mucama de entonces, María, una ferviente peronista, a buscar noticias, planeó ella misma la defensa del hogar. “Si oigo ruidos en el pasillo, descuelgo el retrato de Perón y Evita que tiene María en su cuarto y lo cuelgo en el living, bien a la vista. Nos va a proteger más rápido que cualquier comando”, escribió en sus Memorias. La maniobra prevista no fue necesaria; las alarmas eran exageradas y no hubo asaltos.

–Cuando rechazó la pena de muerte, la tildaron de comunista; por su antiperonismo, de conservadora. ¿Cómo se define usted políticamente?

–Soy una mujer democrática, con una leve inclinación hacia la izquierda, pero no socialista estatista. Me gusta el libre comercio, ser liberal, desobediente y rebelde.

–Escribir novelas policiales, un género considerado menor, además siendo mujer, ¿también fue un gesto de rebeldía?

–Pensé que las mujeres aburren a los lectores contándoles qué malos son los hombres y qué desgraciadas son ellas. La literatura femenina era un gran pañuelo. Yo no quería hacer eso, entonces por compasión al lector, para que se distrajera, para que se divirtiera y no me secara las lágrimas, me pareció que el policial era una oportunidad.

Aunque confiesa que se siente halagada cuando la gente la reconoce por la calle, Bosco sugiere que esa vitamina del ego es un pecado menor. “Considero que mi carrera ya está hecha. Estos años los estoy viviendo por voluntad divina. Ahora veo a los escritores como una simple espectadora.” Y la Bosco, sabia, locuaz, memoriosa y lúcida, se calla. Mira hacia la ventana y el recuadro de nubes grises no la empuja ni la hunde en la nostalgia. “Estuve muy charlatana, ¿no?”, dice, y se ríe.