Sub 120: Los ancianos de la Tierra
El fotógrafo Jerry Friedman recorrió el mundo en busca de la gente más vieja del planeta.
Hacían 32 grados centígrados bajo cero -pleno invierno en Mongolia- cuando Jerry Friedman descendió de un avión en la capital Ulan Bator para reanudar su búsqueda de las personas más longevas en el planeta. Friedman se asombró la semana siguiente cuando le presentaron a Damchaagiin Gendendarjaa, un lama budista tibetano de 110 años de edad: había obtenido un doctorado en teología a los 106. Tenía todos los dientes. Nunca había consultado a un médico en su vida y su única dolencia era una leve artritis en la parte posterior de la cintura.
Ciudad Internet
Lunes | 9.1.2006
"Era la persona más santa que he conocido", recordó de su viaje en febrero del 2003. "Es difícil de describir; transmitía una sensación de paz que nunca experimenté antes''. El lama era uno de más de 50 "supercentenarios", gente de por lo menos 110 años, a quienes Friedman entrevistó y fotografió para su libro "Los ancianos de la Tierra: la sabiduría de la gente más vieja del mundo" (Earth's Elders: The Wisdom of the World's Oldest People'').
El fotógrafo comercial, de 58 años, cerró su estudio en Connecticut para poder viajar por todo el mundo y rastrear a los sujetos de su interés, verificar sus edades con la mayor precisión posible y documentar sus historias. "Este proceso me ha cambiado completamente por el mero hecho de conocer a esa gente'', afirmó Friedman. ``Aprendí a escuchar. Aprendí que mis prejuicios culturales (sobre los ancianos) tenían que cambiar''.
Su viaje comenzó en el 2001 cuando vivió cuatro días en el centro de viviendas asistenciales para ancianos en Westwood, Massachusetts. Se interesó en atisbar su propio futuro, pero fue mucho más allá. "Lo que vi realmente me abrió los ojos. Vi muchas cosas buenas y otras malas'', afirmó, explicando cómo había hallado a gente que "vivía bajo una caparazón cultural. Nosotros, en cuanto cultura, hemos hallado el modo de desplazarlos del centro de la sociedad para encajonarlos'', dijo. ¿Y lo bueno? "Son gente de la que podemos aprender'', afirmó. Están allí sentados, esperando transmitirnos esta extraordinaria información. Sólo basta escucharlos''.
Antes de embarcarse en su periplo mundial, Friedman necesitaba una guía para hallar a las personas más viejas del mundo. Halló una orientación en Robert Young, un investigador con sede en Atlanta del Grupo de Investigación Gerontológico, que mantiene un banco de datos sobre supercentenarios.
Al 31
de octubre, el banco de datos incluía nombre, edad y dirección de 65 mujeres y nueve hombres de por lo menos 110 años de edad, pero ése es solamente el número que los investigadores del grupo han podido convalidar. Según dijo Young, se calcula que hay de 300 a 450 supercentenarios en el mundo, unos 60 de ellos en Estados Unidos.
Para separar los supercentenarios reales de aquellos que están equivocados o que mienten sobre su edad para llamar la atención o por beneficio propio, Young y otros investigadores buscan certificados de nacimiento y bautismales, licencias de matrimonio y datos del censo. "Créase o no, los científicos todavía no han hallado un modo de determinar con precisión la edad de un organismo humano'', dijo. "De modo que si no hay documentos, no hay modo de demostrar la edad de alguien''.
Friedman empezó su proyecto en Manchester-by-the-Sea, Massachusetts, donde entrevistó a Ann Smith, de 112 años, en un asilo. Smith lo tuvo esperando una hora mientras terminaba de comer su postre. "Me estaba poniendo a prueba'', escribe en su libro. "A los 112 años, el tiempo no tenía importancia para ella... Era su voluntad contra la mía y ella fue la que dictó las condiciones''.
A partir de allí, su investigación lo llevó por todo Estados Unidos a Nueva York, Florida, Georgia, Nebraska y Dakota del Sur, y luego a Italia, Portugal, España y Marruecos. Diez de sus sujetos eran de Japón, país que Friedman considera un "modelo de oro'' para tratar a sus ancianos. "Básicamente reverencian su conocimiento'', explicó. "Una vez que llegan a determinada edad, son venerados como tesoros culturales''.
Una de las primera personas a quienes Friedman mostró sus fotografías fue el lama Surya Das, un maestro budista que fundó los Centros de Meditación Dzogchen, con sede en Cambridge. Surya Das, que vivió en los Himalayas durante 20 años, coincide con
Friedman en que los ancianos en Estados Unidos son por lo general subestimados. "En general, en las culturas orientales antiguas la edad es una característica de respeto, de experiencia. La gente tiene un lugar en la sociedad'', afirmó. "En el occidente moderno todo gira sobre lo nuevo, la cultura de la juventud. No hay mucho respeto por los ancianos''.
Por todos lados donde viajó, Friedman halló elementos comunes entre los entrevistados. La mayoría se mostraba "extremadamente optimista'' pese a haber sobrellevado todo tipo de calamidades. Muchos eran pobres, pero tenían una sólida red de familiares y amigos. Y la longevidad parecía característica de sus familias.
No todas sus visitas fueron alentadoras. En el este de Boston, uno de los sujetos de Friedman, una anciana, se asustó y empezó a gritar pidiendo ayuda cuando la fotografió. "Vi algunas cosas como para llorar'', recordó. Friedman invirtió buena parte de sus ahorros en el proyecto, pero aseguró que todas las ganancias de la venta del libro irán a la Fundación Ancianos de la Tierra (Earth's Elders Foundation), una organización sin fines de lucro que él mismo fundó.
"Gano todos los días, aunque no monetariamente", dijo. "Esto me cambió para bien".
Fuente: AP