"Los tiempos cambian..., pero no tanto"
Aún hoy, y desde hace 60 años, cada vez que nace un bebe en la familia ella es la encargada de darle el primer baño. "Sin embargo, no tuve hijos. Pero sí sobrinos, sobrinos nietos y sobrinos bisnietos. Mi abuelo, el médico francés Isidoro Galiene, fundó la primera colonia francesa en Corrientes. Y allí nací, un 14 de febrero, Día de San Valentín, de 1899", recuerda Zoraida Valentina Galián.
La Nación
Domingo 19 de febrero de 2006
"En cuanto a Amélie, mi abuela, era una francesa severa y de a ratos decididamente autoritaria con la que solía chocar, porque yo, pese a mis 5 años, también tenía mi carácter. Entre otras cosas, había que hablarle en francés", sonríe.
Al año siguiente, 1905, viajó a Buenos Aires y allí cursó la escuela primaria y la normal. "Hacía ocho años que ejercía como maestra cuando conocí al profesor Bartolomé Ayrolo, recién llegado de Italia, donde se había especializado en nuevas técnicas para enseñar a sordomudos. En esa época la comunicación era con gestos, y la novedad de Ayrolo era el diálogo por medio de signos que formaban palabras. Irónicamente, ahora se vuelve a estudiar la comunicación por gestos porque la idea es conseguir un lenguaje universal. En fin, los tiempos cambian..., pero no tanto", continúa la mujer que durante gran parte de su vida fue profesora de sordos y, en otro orden, protagonista del segundo divorcio en la Argentina.
–¿Qué recuerda de sus comienzos como profesora?
–Mi primer alumno, un chico que me miraba como ausente. Para llamar su atención le di un caramelo. Lo peló, lo comió y comenzó a mirarme con más interés. Entonces tomé su mano, la posé sobre la base de mi cuello y pronuncié pa. Quería que sintiera cómo se movían mis órganos al hablar. Al mismo tiempo le hice señas para que se fijara en el movimiento de mis labios. Después, en un espejo le mostré la marca que dejaba mi aliento al decir pa. Poco a poco logramos que aprendiera el mecanismo. Luego, agregamos otro pa y quedó papá. Su padre estaba cerca y cuando pronunciaba papá yo le señalaba a su padre. Finalmente, comprendió, nos quedamos mirándonos asombrados, nos abrazamos y nos pusimos a llorar. ¿Recuerda Ana de los milagros, una obra teatral de William Gibson, un autor norteamericano?
–¿Qué decía?
–La vi en el teatro Liceo, a fines de los años 50. El papel de Ana lo hacía una extraordinaria Luisa Vehil. Después hubo una versión cinematográfica y el papel lo interpretaba Anne Bancroft, si no recuerdo mal. Narra la historia real de cómo Ana Sullivan, una maestra algo tosca, pero de una gran ternura, logra que Helen Keller, una chica ciega y sorda, se comunique con el mundo. Ana lucha tratando de introducir en ese blindaje que aísla a Helen un camino, una grieta. Cuando todo parece inútil se produce el milagro: Ana toma la mano de la chica y la pone bajo el chorro de agua fría de la bomba de la granja y Helen siente y comienza a salir. Es un momento muy emocionante y no pude menos que recordar a mi primer alumno.
–¿Conoció a Helen Keller?
–Sí. En la década del 40 viajé a Estados Unidos y llegué a Nueva York escondiendo el proyecto que suponía improbable. Sin embargo, presenté una solicitud con mis antecedentes y, contra lo que esperaba, la secretaria de Keller llamó al hotel para anunciarme que me había otorgado el encuentro.
–¿Cómo era ella?
–La imaginaba más alta, mediría 1,50 metros o poco más. Parecía una muñeca: rubia, vestida de blanco, con unos enormes ojos azules fijos en un punto en el vacío. Helen Keller era ciega y sorda desde los 19 meses. Su secretaria se comunicaba con ella presionando con los dedos en la palma de su mano, a la manera de un código Morse. Tenía una curiosa percepción del espacio y de su contenido, y en cuanto entré comentó que yo era muy chiquita, casi de su misma estatura. Estaba admirada de los cargos que había ocupado y de lo joven que me había retirado de la enseñanza. De pronto, le preguntó a su secretaria cómo eran mis zapatos. Ella le respondió que muy lindos, parecidos a los de ella, aunque yo tenía los pies algo más chicos. Esto la sorprendió: "¿Cómo hace? ¿Se los venda como las japonesas? ¿Los tiene muy deformados?" Luego hubo un paréntesis que a mí me pareció muy largo y de repente preguntó: "¿Cómo es la pampa argentina?" Y esta vez la sorprendida fui yo, porque creía que ella no sabía bien dónde quedaba la Argentina.
–¿Cómo se hace para llegar a los 107 años?
–Hay cosas evidentes: mantenerse activa, tener buenas relaciones con los demás, sacar a la luz esa enorme cantidad de ternura que, por una cultura mal entendida, no nos animamos a expresar. En cuanto a mi dieta, no como carne roja. Algo de pollo y pescado, frutas y verduras. Me gusta el yogur, recuerdo la época en que llegaba a mi casa el carro de Kasdorff (tirado por un caballo) y me dejaba una botella de un litro de cuajada o leche ácida, como se le decía, que era la antecesora del yogur. Para acompañar las comidas, llegué a reemplazar el pan por una cazuela con arvejas crudas. Mis nietos me adoran y cada fin de año recibo tarjetas de mis ex alumnos que a, esta altura de las cosas, tienen entre 80 y 92 años.
Luis Aubele
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