Tercera edad y pobreza
Es común hablar de la vida humana como subdividida en tres franjas de edades. La primera es el tramo que va del nacimiento a la juventud, etapa de crecimiento, desarrollo, maduración y aprendizaje hasta adquirir una formación que capacite para un trabajo o profesión. La segunda es la que corresponde a la edad adulta, tiempo de la fundación de una familia, la crianza de los hijos, la productividad laboral. La tercera es vista como la edad del retiro y la declinación psicofísica y social.
Editorial
La Nación
Lunes 27 de febrero de 2006
Centrando nuestro interés en la última etapa, puede afirmarse con fundamento que tanto la edad en que se opera la transición a la ancianidad como la prolongación de ésta en el tiempo tienden a dilatarse en condiciones satisfactorias. Esto supone sostener que ni los padecimientos ni las conductas que se suelen adscribir de manera generalizada y rígida a la tercera edad son veraces. De ahí que sea injusta la actitud de quienes excluyen al mayor apenas cesa en sus actividades productivas.
Por otra parte, el envejecimiento no es un proceso que se produce súbitamente a partir de un determinado momento. Se envejece porque se vive y esto ocurre desde mucho antes de ingresar en la ancianidad, que puede adquirir formas personalizadas diferentes cuando se abren otras perspectivas de realización, a veces largamente postergadas.
Desde luego, los problemas de los mayores se agravan con la pobreza y esto es lo que dolorosamente pasa en la Argentina. A pesar de los altos índices de crecimiento económico que se registran en la actualidad, de acuerdo con el Informe de Situación Social en la ciudad de Buenos Aires, proyecto URB-Al Red 10, entre 1995 y 2004 la cifra de adultos mayores de 60 años pobres se duplicó, con lo cual alrededor de 76.000 adultos porteños viven actualmente en la pobreza. En el nivel nacional, el Programa Federal de Salud (Profe) y la Comisión Nacional de Pensiones Asistenciales (CNPA) se encargan de los casi 50.000 adultos mayores en situación de extrema pobreza que no reciben una jubilación.
La situación se torna particularmente angustiosa para quienes carecen de recursos suficientes para contar con bienes y servicios básicos a fin de atender su salud, vivienda y alimentación. De acuerdo con recientes estimaciones, esta dura realidad ha de acentuarse en el futuro. De no producirse cambios favorables, al promediar el siglo XXI, el 56 por ciento de los ancianos no podrán acceder a jubilación o pensión alguna, según el estudio emprendido por Cáritas Argentina, que elaboraron Juana Ceballos y Susana Said. Este deterioro de la situación comenzó antes de la gran crisis que sufrió el país, pero se acentuó con ella. Esto ha llevado a decenas de miles de ancianos a vivir en la indigencia. Tal vez sorprenda agregar que, en hogares de familias extendidas donde habitan los mayores, es donde más inciden los males de la pobreza.
Otro problema típico del mundo actual, que afecta hondamente la existencia de la tercera edad, es el aislamiento, la soledad y el abandono en que se deja al anciano internado en establecimientos hospitalarios o geriátricos. Sería incompleto este cuadro si no se aludiese también a la cuestión jubilatoria. Magras para la gran mayoría, sólo han mejorado las jubilaciones mínimas. Quienes perciben 500 pesos o más no han tenido incrementos en el país desde hace 12 años.
Al advertir tantas necesidades elementales de la vida que quedan insatisfechas para los miembros de la tercera edad, se descubre que la presión injusta de la realidad económico social es la que niega un destino mejor y una compensación merecida a los mayores por tantos años de esfuerzo y trabajo.
Seguramente es deber de todos reducir los males señalados. De ellos, algunos dependen de gobernantes, legisladores y funcionarios para controlar que se cumpla la legislación que los protege o para crear nuevas medidas adaptadas a este tiempo. Pero de otros, depende en gran medida de las familias; éstas deben volver a valorar a sus mayores y reconocer sus conocimientos, capacidades y valores que pueden transmitir no sólo a las jóvenes generaciones, sino para reforzar los de la sociedad en su conjunto.
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