Una pasión sin límites
Hace poco cumplió 80 años y sigue remando su kayak en largas travesías por los rincones más profundos del país. Presentamos aquí a Guillermo el Abuelo Basombrío, un aventurero nato que en cada viaje sabe dejar aquel ingrediente indispensable: el alma.
Revista Nueva
Domingo, 5/2/2006
De que Guillermo Basombrío es un tipo de lo más humilde no queda ninguna duda. Basta con escucharlo repetir que está viejo, que no tiene la suficiente fuerza en los brazos o que sus hazañas no son tales sino sólo pequeñas travesías. Pero este joven de ochenta años ha logrado lo que pocos: en una de sus muchas expediciones en kayak, bajó los 2.200 kilómetros que mide el río Paraná desde las cataratas del Iguazú hasta el río Luján, en Tigre. Hoy ya está haciendo planes para festejar sus ocho décadas remando en pleno Canal de Beagle. Y antes estuvo con su kayak en Laguna del Desierto, en Bahía Blanca, bajando el río Negro y en tantos otros lugares del país a los que llegó con su eterno buen humor y sus enormes ganas de compartir con la gente. Así fue que el Abuelo –como lo conocen en la Prefectura y en la comunidad kayakista– ha recorrido toda una Argentina de la que se revela “profundamente enamorado”.
Basombrío está jubilado y vive con su mujer, Carmen, en la localidad bonaerense de Bella Vista. Tiene 11 hijos y 32 nietos. Hace un poco más de veinte años que sale a navegar en soledad porque ama la aventura, cierto, pero también porque –un poco a propósito y otro tanto “sin querer queriendo”– va desparramando un sentido mensaje.
A bordo de un MG’47 junto a Carmen, su mujer
¿Por qué remar?
Al Abuelo conversar le encanta y así se explaya en el relato de su romance con el remo. “Tuve una niñez un poco complicada: estuve seis años en cama, con raquitismo. Entonces mi abuela me leía historias que fueron gestando en mí las ganas de vivir aventuras. Cuando mejoré empecé a nadar, más tarde practiqué remo tradicional y también encaré algunas travesías en moto”, recuerda. Y prosigue: “Pero ser dominguero en el Delta me quedaba chico. Necesitaba irme lejos y estar solo, tenía curiosidad de ver qué hay donde las nubes se juntan con el mar. Sé que el día que llegue habré alcanzado mi meta de navegante”.
Lo cierto es que comenzó a realizar sus travesías en kayak recién a los 60 cuando, motivado por diferentes coyunturas geopolíticas, andaba en la búsqueda de “otra cosa”.
“En el 83 empecé a preparar la navegación por el Canal de Beagle, y de ahí en más he remado muchas veces para visitar zonas de conflicto o recordar hitos de nuestra historia. Así fui a poner una bandera a la Isla de los Estados, la última cota que tocó el crucero General Belgrano, porque amo a esos jóvenes de Malvinas que han hecho de su sacrificio una semilla que no ha muerto”, se emociona. Luego fue varias veces hacia el Norte y el Litoral, porque le interesa “unir los extremos del país espiritualmente y que los jóvenes conozcan nuestra historia y nuestros héroes”. El Abuelo estuvo además tres veces en Laguna del Desierto, y cuatro semanas completas navegando entre los Hielos Continentales. Y no tiene inconveniente en admitir que muchas veces tuvo miedo. “En la zona de los Hielos uno tumba y el agua no está a más de un grado: si se entra en una hipotermia no hay salida”, explica.
“Tuve una niñez un poco complicada: estuve seis años en cama, con raquitismo. Entonces mi abuela me leía historias que fueron gestando en mí las ganas de vivir aventuras.”
A favor: el equipo y los amigos
“Mi bote es una maravilla. Es muy finito y muy estable, tiene 5,60 metros de eslora y una gran capacidad de bodega”, describe Basombrío orgulloso de su equipo. “El problema es que yo, como soy muy anciano, tardo más que otros kayakistas en recorrer las mismas distancias. Entonces tengo que llevar carga para más días, y para eso necesito una bodega más grande”, argumenta.
“Así y todo –aclara– he tenido algunos problemas. Cuando navegué frente a Bahía Blanca salí de Puerto Rosales, desde donde hay que cruzar tres grandes rías que tienen una amplitud de marea de 4 metros. No llegué a pasar de una ría a otra y me quedé en el fondo, seis horas entre los cangrejos, esperando que suba la marea para poder salir”. Pero el Abuelo no se preocupó. Porque según él “igual que a las mujeres, a la naturaleza hay que amarla y saber esperarla”. “Mientras tanto, entre los muchachos del club de Rosales, las apuestas eran de 40 a 2 que no llegaba”, dice y se ríe fuerte. Y de hecho lo intentó dos veces y fracasó, pero la tercera resultó la vencida. Para Basombrío “hay que tener voluntad para encontrar una salida, para perseverar y no ceder. Yo no cedí. Esa tercera vez llegué a la isla Ariadna y seguí hasta faro El Rincón. Ahí solito, en una playa, cumplí mis 79 años. Mis brazos quizá no sean los más fuertes pero tengo técnica y, sobre todo, tengo dureza mental”, asegura.
Al Abuelo lo cuida mucho la Prefectura. “Es mi segunda madre –dice– y pude cumplir 21 años de navegación gracias a ellos”. Cuenta que también tiene otras ayudas: “Ya van tres veces que una empresa me transporta gratis. La primera vez salió el gerente y me dijo: ‘Qué lindo bote tenés Abuelo, ¿navega tu hijo?’ Desde que le conté que navegaba yo, voy y vuelvo gratis: una de las ventajas de ser viejo. Otra empresa me prestó un teléfono satelital. Y las raciones las obtuve del Centro Regional de Investigación y Desarrollo de Santa Fe y el Instituto de Enseñanza Superior del Ejército, que desarrollaron un programa de comida deshidratada y me dieron unos sobrecitos que se convierten en poderosos guisos con sólo agregar agua. También hay una señora de Bella Vista que me prepara granola, y por supuesto siempre llevo mi droga: la miel”.
A favor: el equipo y los amigos
Tres meses le llevó al Abuelo descender por el Paraná hasta el Tigre, una travesía que encaró hace dos años, cuando tenía 78. “Lo máximo que navegué en una jornada fueron diez horas. Pero en general cumplo seis horas a 6 kilómetros por hora, y a veces en correderas he alcanzado los 20 kilómetros por hora. Quiero llegar entero, no me interesa la velocidad”, explica, y agrega: “Además voy deteniéndome y me quedo con la gente, porque soy un viejo atorrante”.
Tiene terminantemente prohibido por Prefectura navegar de noche, y además debe moverse “a vista de costa”, permitiendo que en todo momento puedan verlo. Cuando el sol cae arma su carpa, se queda a dormir en algún destacamento o en algún rancho que lo aloje. Cuando rema –cuenta– lo hace al ritmo de canciones litoraleñas, como Carito o Pato Sirirí. “Una parte de mi cerebro está pendiente de la navegación: del encendido de la radio, el GPS, del barómetro, las cartas náuticas. La otra parte contempla y disfruta de la belleza de cada lugar”, detalla.
Un alma así, claro, jamás se queda quieta. “Si Dios quiere iré a festejar mis ochenta al Canal de Beagle. Pero tengo que esperar a cobrar la jubilación y pedir algo prestado –señala– porque no tengo plata”. Basombrío tiene en su escritorio una cita de la Madre Teresa que lee a la vuelta de cada viaje: “Cuando por los años no puedas correr, trota. Cuando no puedas trotar, camina. Cuando no puedas caminar, usa el bastón. Pero nunca te abandones”.
“Bajando por el Paraná durante una tormenta me fracturé el peroné y decidí abandonar el remo, pero los jóvenes me enloquecieron con mails y llamados: ‘Abuelo no aflojés, no nos defraudés’. Así me obligaron a volver al lugar donde tuve el accidente y terminar la navegación. Fue un gran éxito, pero el mérito no fue mío sino de los jóvenes que me incitaron a terminar. Por eso no les quiero dar un consejo: soy yo el que recibo de ellos un mensaje de vida”, concluye. No quiere hacerlo, pero lo hace. Y cómo no escucharlo si con sus travesías, paleada tras paleada nos muestra que no hay abatimiento ni impedimentos de edad, ni de dinero ni de nadie cuando la aventura corre por las venas.
Por Verónica Ocvirk
“Necesitaba irme lejos y estar solo, tenía
curiosidad de ver qué hay donde las nubes
se juntan con el mar. Sé que el día que llegue
habré alcanzado mi meta de navegante.”
Virgen Stella Maris, su protectora
“En el 83 empecé a preparar la navegación por el Canal de Beagle, y de ahí en más he remado muchas veces para visitar zonas de conflicto o recordar hitos de nuestra historia.”
“Bajando por el Paraná durante una tormenta
me fracturé el peroné
y decidí abandonar
el remo, pero los jóvenes me enloquecieron con mails y llamados.”
A sus 78 años Basombrío completó un ambicioso proyecto: el descenso del río Paraná, desde el Iguazú hasta el Tigre. “El río no es fácil –explicó–. La gran velocidad que le imprimen las pendientes exige mucha concentración y un gran esfuerzo. Mi “Soledad” es un kayak de 5,60 metros de eslora, que va cargado con 50 kilos además de los 110 kilos del bote y míos. Tiene un casco en V diseñado para navegar largas distancias sin desviarse, con lo cual no es fácil efectuar rápidas correcciones en el rumbo para esquivar piedras o remolinos”. La embarcación lleva ese nombre en honor a la isla oriental de las Malvinas, Soledad.