A medida que el tiempo pasa aumenta la expectativa de vida y hoy es común encontrar gente de 80, 90 y hasta 100 años de edad. ¿Por qué sucede? Claves para lograr un envejecimiento pleno.
Revista Nueva
Domingo, 30/4/2006
Estamos programados para vivir 100 años? Hasta no hace mucho, plantearse el interrogante sonaba a disparate y aquellas pocas personas que se acercaban al centenario eran tratadas como fantásticas excepciones de la naturaleza. No es que hayan dejado de serlo, al fin y al cabo, el solo hecho de haber vivido ¡más de un siglo! es mérito suficiente como para celebrar. Lo que sucede es que durante los últimos años fue aumentando la expectativa de vida de la población mundial. Si a esto le sumamos (o le restamos, claro) el descenso de la la tasa de natalidad, nos encontramos con una sociedad que envejece lenta pero sostenidamente. Frente a esta situación, los especialistas trabajan en una misma dirección: ¿cómo hacer para que las personas longevas mantengan su calidad de vida?
¡Viejos los trapos!
De buenas a primeras, los números impactan. Basta con pensar que durante los últimos 100 años la expectativa de vida creció más que en dos milenios. ¿Cómo es esto? En la Antigua Roma las personas alcanzaban un promedio de vida de 25 años; a principios del siglo XX rondaban los 50; y en la actualidad, la cifra oscila entre los 70 y los 80 años (depende de cada país; en la Argentina son 74). Y esto es apenas el comienzo.
Antes de seguir ahondando en las cifras, vale la pena aclarar algunos conceptos. “El envejecimiento es un proceso universal, progresivo, declinante e intrínseco a todos los seres vivos, pero condicionado a factores ambientales, genéticos, genético-sanitarios y económicos, entre otros –define el doctor Isidoro Fainstein, presidente de la Sociedad Argentina de Gerontología y Geriatría y ex director del Hospital Italiano de San Justo, Centro Agustín Rocca–. Es multifactorial, multiforme y asincrónico: no todo envejece al mismo tiempo. El corazón, el riñón, el hígado, cada uno tiene un ritmo de envejecimiento propio”. Cuando nos referimos a una población, hablamos de expectativa de vida. “Es el número de años que, se calcula, vivirá el 50% de una población a partir de una edad determinada. O sea la media o el promedio –agrega Fainstein, que además es director del Curso Superior Bienal de Especialista en Medicina Geriátrica–. La expectativa o esperanza de vida cambia a lo largo del tiempo y ha tenido un notable crecimiento durante el siglo XX”. Son longevas aquellas personas que superan la edad de la expectativa de vida. Lo que sucede en la actualidad es que la expectativa de vida se está acercando notoriamente al límite máximo de vida. “En el caso del ser humano, el límite máximo de vida se mantuvo en 120 años. Siempre hubo viejos, lo que fue variando es la esperanza de vida. ¿Por qué? Por los progresos de la medicina, del sanitarismo (como, por ejemplo, el agua potable), los progresos sociales, todos aquellos avances que hacen que la gente sobreviva más”, sostiene Fainstein. De acuerdo con un censo realizado en 2004, 50.000 norteamericanos son centenarios y se estima que la humanidad gana tres meses de vida por año. Los investigadores Jim Oeppen (del Grupo de Cambridge para la Historia de la Población y Estructura Social) y James Vaupel (del Centro de Investigación Demográfica del Instituto Max Planck) se dedicaron a medir la evolución de la expectativa de vida mundial a lo largo de las últimas 16 décadas. De esta manera calcularon que, si la tendencia sigue como hasta ahora, dentro de seis décadas, en los pueblos más longevos las personas tendrán una esperanza de vida de 100 años.
¿A qué apunta hoy la medicina? “A que esta expectativa de vida se alargue aún más. Pero la cuestión es que la gente llegue a la edad avanzada bien, es decir, libre de discapacidades. Si pensamos en un gráfico con ordenadas y abscisas, la curva va bajando paulatinamente y cae pronunciadamente cuando el individuo muere. Lo que trata la medicina es que esa curva no sea pronunciada, que se mantenga estable y decaiga recién al final”, resume Fainstein.
Crecimiento del porcentaje de mayores de 65 años en el mundo
1996 2020 2050
Suecia 17.5% 20.8% 22.9%
Italia 16.8% 22.7% 31.3%
España 15.4% 19.6% 31.5%
Irlanda 11.5% 18.5% 34.3%
El debe y el haber
Pero no es el único sentido en el que se mueve la humanidad. Mientras los ‘grandes’ se vuelven más ‘grandes’, en el mundo está disminuyendo la tasa de natalidad. “En los países desarrollados la gente no tiene muchos hijos, entonces, si no hay nacimientos y la gente vive más, las poblaciones envejecen”, concluye Fainstein.
En la actualidad, uno de cada 10 argentinos es mayor de 60 años (en 1991 el porcentaje era de 8,9; y en 1950, el 5,8%). Y en el mundo viven 600 millones de personas mayores de esta edad. Las proyecciones estiman que para el año 2050 se duplicará esta cifra y, por primera vez en la historia, habrá más personas de más de 60 años que menores de 15. El grupo que más crecimiento registra es el de los mayores de 80 años: en 1950 eran 13 millones; en 1995, 50; y se espera que para el 2025 sean 137 millones.
“Desde un punto de vista demográfico, el envejecimiento fue y es distinto en las diferentes partes del mundo. En los países desarrollados, primero llegaron al desarrollo económico y después envejeció la población. En Latinoamérica y en nuestro país sucede lo contrario: la población está envejeciendo antes de alcanzar el desarrollo económico suficiente”, asegura Fainstein.
Las consecuencias de todos estos cambios son muchas pero, la más evidente, tiene que ver con el cambio en el equilibrio de la distribución de los ingresos y los sistemas previsionales. La ecuación es sencilla: menos activos deben sostener a más pasivos. Incluso, puede ser que haya gente que pase más tiempo retirada que trabajando. A modo de ejemplo, vale decir que el costo per cápita en salud para los mayores de 65 años es entre tres y cinco veces mayor que el que insumen los menores de esa edad.
Evolución de la expectativa de vida en los países desarrollados:
1900
47 años
1980
61 años
1993
78 años
2025
110 años
¿La píldora mágica?
No existe una fórmula mágica para llegar a los 80, 90 y hasta ¡100! años en buen estado de salud. A medida que avanzan las investigaciones sobre el Genoma Humano, algunos especialistas se inclinan a pensar que podría existir cierta condición genética que determine la velocidad del envejecimiento –o no envejecimiento– de ciertos individuos.
“El desarrollo cerebral no depende solo de programas genéticos, sino también de influencias del medio ambiente. El desarrollo neurobiológico, cognitivo y afectivo depende de lo que comemos, de lo que comimos y de las experiencias, la introspección y de la reflexión –sostiene el doctor Fainstein–. El envejecimiento es multifactorial, pero lo que uno como geriatra pretende es un envejecimiento con vida activa, lo que significa mantener todas las posibilidades que una persona pueda tener”.
¿Cuándo comienza este proceso? La función de órganos y tejidos va decreciendo progresivamente a través del tiempo y se considera que a los 30 años, aproximadamente, el individuo alcanza el punto de madurez. Ian Robertson, decano de investigación del Instituto de Neurociencia del Trinity College asegura que “la nueva edad adulta oscila entre los 50 y los 80 años, antes de que se instale la vejez propiamente dicha”. Es por eso también, que algunos especialistas ya no hablan de ‘tercera edad’ y se animan a distinguir una cuarta y hasta una quinta edad. La socióloga norteamericana Berenice Neurgarteen recurre al término ‘young old’ (joven viejo) para referirse a los mayores que tienen entre 60 y 75 años.
Dime cómo envejeces…
El principal determinante de un envejecimiento no es un punto fijo sino el curso de la vida. ¿Qué significa esto? Que el estilo de vida juega un rol fundamental en lo que a longevidad respecta (ver 6 puntos...). “La actividad física mejora todo: la circulación, la capacidad funcional, la respiración, disminuye el riesgo de padecer cánceres de colon, entre otras cosas. Modifica muchos parámetros; no prolonga la vida, sino que mantiene la calidad de vida”, dice Fainstein.
Entre 1950 y 2025, la población mundial se multiplica de la
siguiente manera:
Población general
x 3
Población mayor de 60 años
x 6
Población mayor de 80 años
x 10
La agencia de noticias especializada en salud Pro-Salud, publicó hace poco un estudio realizado por profesionales de la Universidad Estatal de Luisiana, Estados Unidos, que asegura que reducir la cantidad de calorías ingeridas podría ayudar a vivir una vida más larga. “Además de perder peso, al disminuir la ingesta de calorías es posible bajar los niveles de insulina, un importante indicador de longevidad. Por otra parte, la temperatura baja también es un factor que permite pensar en una vida más larga y saludable”, explica el doctor Eric Ravussin, al frente de la investigación.
Elia Toppelberg, psicóloga especializada en Tercera Edad y Enfermedad Terminal y autora del libro Mi madre envejece… ¿Qué hago? reconoce a “las repeticiones y los olvidos”, entre los primeros síntomas del envejecimiento. “El problema es que no estamos preparados para ese momento, no sabemos bien qué hacer. Y tampoco se habla del tema. A nadie le gusta hablar de la vejez y menos de la muerte. Más que enojarse o tratarlos mal, me parece que lo primero que hay que entender es que la otra persona está teniendo un padecimiento y que, a lo mejor, uno también lo va a tener en el futuro. Aprender con ellos es la mejor manera de mejorar nuestra propia vejez y la de las generaciones futuras”, agrega. En su libro, y a través del humor, relata su experiencia y sugiere técnicas para que los hijos aprendan a sobrellevar el envejecimiento de sus padres.
Mantener una alimentación sana, realizar actividad física, llevar una vida social activa y tratar de evitar el estrés son algunas de las herramientas clave para intentar llegar a la meta. No sabemos si estamos preparados para vivir 100 años, pero definitivamente podemos hacer el intento.
Un joven kayakista
Por las venas de Guillermo Basombrío parece fluir el agua de la eterna juventud. Con sus 80 años a cuestas, “El Abuelo” bajó en su kayak los 2.200 kilómetros que mide el río Paraná desde las Cataratas del Iguazú hasta el río Luján, en Tigre. Lo mismo hizo en la Laguna del Desierto (Bahía Blanca), en Río Negro y en tantos otros destinos de nuestro país. Con 11 hijos y 32 nietos afirma: “Lo máximo que navegué en una jornada fueron diez horas. Pero, en general, cumplo seis horas a 6 kilómetros por hora, y a veces en correderas he alcanzado los 20 kilómetros por hora. Quiero llegar entero, no me interesa la velocidad”.
Para corolar sus 20 años como aventurero, desea remar en pleno Canal de Beagle. Para eso se aferra a la cita de la Madre Teresa que lee a la vuelta de cada viaje: “Cuando por los años no puedas correr, trota. Cuando no puedas trotar, camina. Cuando no puedas caminar, usa el bastón. Pero nunca te abandones”.
Por Einat Rozenwasser / Fotos: jorgeamadonewmen.com.ar, Revista Nueva / Ilustracion: Max Aguirre
6 puntos para vivir 100 años
1. Alimentación: son varios los ítems a tener en cuenta en este rubro. Es importante comer frutas, verduras y legumbres; bajar la cantidad de grasas animales y aumentar las vegetales y las de pescado; consumir carnes magras con moderación y aumentar el consumo de pollo y pescados de mar, que son ricos en Omega 3; incrementar el consumo de aceite de oliva; comer todos los días un puñadito de frutas secas y 3 raciones de calcio para combatir la hipertensión arterial y proteger los huesos (además, ayuda a adelgazar). Los hombres no deberían tomar más de dos vasos y medio de vino por día; las mujeres, uno y medio.
2. Actividad física: si uno pudiera poner en una pastilla todos los beneficios que apareja, sería la pastilla más vendida. Es aconsejable sumar 30 minutos de actividad física por día. Básicamente, los beneficios se dan en 8 áreas: mente, corazón, huesos, corazón y pulmones, peso, sangre, movilidad, vida sexual y social.
3. Actitudes y conductas: la gente que tiene una actitud positiva, que no transforma cada incidente en una crisis, que es solidaria, que no es agresiva, vive más años que los demás. Hay que recordar que, en un 90%, el estrés está relacionado con cómo toma uno lo que le pasa. Por eso hay terminar con las demandas irracionales: yo debería ser perfecto, vos deberías cumplir con todas mis expectativas y el mundo debería ser cuadrado o como yo quisiera que fuera; todos deberían ser atentos menos yo, todos deberían hablarme a mí primero y sonreírme todo el tiempo; todos deberían parecerse a mí. Hay que evitar todo tipo de conducta de riesgo, por ejemplo las adicciones, que complican la calidad de vida.
4. Controles: es importante escuchar las señales del cuerpo. Uno no tiene manera de saber si es hipertenso o diabético si no se hace controles. Hay que controlar la diabetes y la hipertensión con regularidad; visitar al odontólogo una vez al año; hacerse un PAP, una colposcopía y una mamografía en el caso de las mujeres (el autoexamen de mamas debe ser mensual); y una colonoscopía y un PSA (próstata) en el caso de los hombres.
5. Consumo de sustancias: la mayoría de las personas que tienen enfermedades crónicas no siguen el tratamiento en forma correcta. Hay que tomar todas las sustancias o medicamentos indicados por el médico en forma correcta; evitar la automedicación y el consumo de cualquier tipo de sustancias perjudiciales, incluido el cigarrillo.
6. Armonía: es fundamental hacer un balance moderado entre el descanso, el trabajo y el tiempo libre. Y tener en cuenta para este delicado equilibrio las 7 virtudes cardinales (en oposición a los 7 pecados capitales): justicia, templanza, perseverancia, prudencia, fortaleza, acción y paciencia.
“20 años no es nada… ¿Y 100?”
Cumplir cien años parece una tarea difícil, pero no para Ricardo Siri que el año pasado celebró su primer centenario. ¿Cuál es la receta? Sin titubear, él responde: “Tomo pocos medicamentos, lo que no significa evitar a los médicos cuando son necesarios, pero no vivo pendiente de ellos”. Y agrega: “Yo no hice nada para llegar a los cien, los años llegaron solos, no hice dietas ni ejercicios especiales. Jugué tenis, golf y hasta hace poco tiempo caminaba mucho, evitaba los ascensores y subía por las escaleras. Siempre como de todo, porque todo me gusta”. Ricardo no fuma ni abusa de las bebidas alcohólicas. “Quizás la clave radique en que soy muy optimista, siempre le encuentro el lado positivo a las cosas, no le doy lugar al estrés”, cuenta este hombre que nació en Rosario en 1905 y a los 25 años se recibió de Doctor en Diplomacia en la Universidad Nacional del Litoral. “La carrera había sido creada por Hipólito Yrigoyen en 1916, durante su presidencia. Se suprimió en 1940 y entonces crearon el doctorado en Ciencias Políticas, que sigue vigente. Fui diplomático en Washington, Londres, México y Dinamarca. Sin dejar mi cargo en la embajada de Londres, fui representante ante los países refugiados durante la última guerra: Bélgica, Holanda, Noruega, Grecia, Polonia, y Yugoslavia”.
En 1942 Ricardo se casó con María Teresa Iriondo, tienen 2 hijos, 7 nietos y 4 bisnietos. Le gusta el teatro y la lectura de temas históricos. ¿Alguna vez pensó que iba a llegar a vivir cien años? “Me acuerdo muy bien cuando mi mamá decía: ‘pobre, se murió fulanito’, ¡y tenía nada más que 40! A mí me parecía enorme y hasta no lo veía mal. En esa época, una persona de 50 se retiraba al descanso y dejaba el negocio a los hijos”.
“Quiero trabajar hasta los 100 años”
Tiene una energía envidiable. Con 92 años, la actriz Lydia Lamaison suele alternar su tiempo entre las grabaciones de las tiras diarias y los ensayos para las obras de teatro (siempre tiene alguna en carpeta). Y no es para menos, la dama empezó a a trabajar allá por el año 1938 y según asegura, dejar las tablas no está entre sus planes. “Mientras esté sana, pueda moverme y me mantenga activa… quiero trabajar hasta los 100 años” ¿De dónde viene esa fuerza extraordinaria? “Porque amo lo que hago, para mí es un placer y no un trabajo. Hay que amar la vida, el que le encuentra sentido, encuentra también la forma de mantenerse bien”.
Ayuda para los hijos
“’¿Por qué me toca a mí?’, fue lo primero que me pregunté cuando me enfrenté al hecho de que mi madre estaba envejeciendo. ‘Porque tengo la suerte de tenerla’. Y si no soy consciente de eso, llegará el día en que mi hija se hará la misma pregunta”, reflexiona Elia Toppelberg. “Hay que aprender a razonar con ellos, a escucharlos. Muchas veces nos creemos dueños de sus vidas y tomamos decisiones por ellos sin detenernos a averiguar qué es lo que quieren”. Siempre se puede intentar razonar con ellos y buscar la manera de que entiendan que hay cosas que se hacen por el bien de todos. “Como sucedió cuando llegó el momento de vaciar los enormes armarios cargados de cosas que ella ni siquiera sabía que existían. Durante años se negó a vaciarlos hasta la convencí de que podíamos donarlo y así ayudar a mucha gente”, cuenta Elia. Y agrega: “A medida que envejecen, las personas necesitan la conexión con los jóvenes, porque en ellos encuentran la calma de la trascendencia. Pero no siempre es fácil establecer ese vínculo. La generación intermedia tiene la responsabilidad de que ese hilo se mantenga firme”. Más información en www.eliatoppelberg.com