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Envejece la sociedad, pero afirman que a los ancianos no les hacen lugar

La socióloga de la UBA e investigadora del Conicet, María Julieta Oddone, dirigió un trabajo que incluyó 1.506 entrevistas a personas mayores de 60 años. Con los datos en la mano, señala que existe un corrimiento de la vejez y los ancianos pierden un poco de buena salud, pero que no aumenta la mala. Afirma también que, paradójicamente, esta parte de la población ya no tiene el rol social (ni de referencia cultural) de décadas pasadas. Asegura que este trabajo derriba mitos. Y que la mayoría de los viejos son “autoválidos”

14-09-06 | Diario Hoy.net |

“La vejez sigue siendo una estación en busca de su propósito”, escribe el británico Thomas Cole en su obra Diario de la vida. Historia cultural del envejecimiento en América.
La socióloga María Julieta Oddone, profesora titular de Sociología de la Vejez en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigadora del Conicet, ratificó esta hipótesis de trabajo en un pormenorizado estudio denominado Actitudes, percepciones y expectativas de la personas de mayor edad, que a partir de 1.506 entrevistas refleja la situación actual de “los viejos” en nuestra sociedad.
El informe arroja conclusiones interesantes en la materia, que marcan cierta continuidad con investigaciones previas y también algunos cambios. Uno de ellos, el que más resalta Oddone en diálogo con Hoy, es el corrimiento de la vejez.
“Hace algunos años ciertas actividades dejaban de hacerse a edades más tempranas. Hoy vemos que ese dejar de hacer pasó, en muchos casos, de los 75 a los 80 años. Este dato derriba mitos y prejuicios relacionados con los viejos”, describe la profesional.
“Coincido totalmente con esto”, señala a Hoy el doctor Leopoldo Salvarezza, médico, psicoanalista y psiquiatra, especializado en psicogerontología, precursor en Argentina sobre la materia y autor de diversos libros. Hoy tiene 74 años.
“Este corrimiento -ilustra Salvarezza- se debe al aumento de la expectativa de vida al nacer. En 1980 una persona de 90 años era una rareza, o quién no tiene un viejo de 90 años dentro de la familia. Es una situación usual, corriente. Se agregaron años al curso vital, y por lo tanto las cosas se postergan”.
Sin eufemismos
A Oddone también le gusta llamarlos así, “viejos” a secas. “No creo que sea una palabra peyorativa, ni muchos menos”. “No hay que hablar con eufemismos. La niñez produce niños, la adolescencia adolescentes, la adultez adultos y la vejez no puede producir tercera edad. Sino viejos, perdámosle el temor a esta palabra”, concuerda Salvarezza.
El estudio, cuyos trabajos de campo los realizó una reconocida consultora privada guiada por esta socióloga, también revela que actualmente, “con el paso del tiempo, se pierde un poco de buena salud, pero no se incrementa la mala. Un ejemplo que sustenta este concepto se ve en las instituciones que aglutinan a grupos de viejos. Casi todas son conducidas por los viejos más grandes, de mayor edad”, señala la investigadora, que tiene asiento en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).
Pese a ello, también “vemos que la participación extrafamiliar de las personas mayores no es demasiado alta; la mayoría vive en el seno de su hogar y en el de su familia. Esta es una tendencia que se sigue manteniendo en el tiempo”.
“Autoválidos”
Las encuestas fueron realizadas a personas de más de 60 años que no están institucionalizadas; es decir, que viven en sus casas o en la de algún familiar o amigo. “El principal apoyo de los viejos en la sociedad sigue siendo la familia”, ratifica Oddone.
Según diversos estudios, con base en el Censo de Población del Indec de 2001, sólo el 2% de los mayores de 60 vive en geriátricos. El 50% de ellos lo hace por enfermedades extremas y el resto por problemas económicos, carencia de hogar o falta de contención.
Acá surge otro punto atractivo del relevamiento. “A aquellos que no respondían la encuesta les preguntamos los motivos. El 5% no lo hizo porque estaba muy enfermo, pero en su casa. Si se tiene en cuenta que sólo el 2% está en geriátricos y un 5% en la mencionada condición, podemos asegurar que todos los restantes son autoválidos. Es decir, un porcentaje altísimo”, describe la profesional.
“Esto también rompe el mito de que la vejez es enfermedad y decrepitud. Por eso podría decir de que los viejos se mueren sanos”. Asimismo, este dato echa por tierra el prejuicio de que los viejos son abandonados por sus familias.
El estudio tomó en cuenta a los mayores de 60 años porque así los estableció en 1982 y lo ratificó diez años más tarde la Asamblea Mundial del Envejecimiento. Se aborda desde esa edad con el objetivo de darle cierta uniformidad a las distintas investigaciones que se realizan sobre la materia.
Actualmente, prácticamente todos los países del mundo tienen un envejecimiento de su población. En Europa la situación es evidente y en Argentina también se puede palpar. Se considera a una nación con envejecimiento poblacional cuando los mayores de 60 años superan el 7%. El Censo de 2001 estableció que en nuestro país son el 13%; en Capital Federal, por ejemplo, trepan al 22%.
Relegados
“Si bien la familias no abandonan a los viejos -se explaya Oddone- muchos de ellos no participan en instituciones fuera de su hogar. Hay una escasa ocupación creativa del tiempo libre. Esto es así porque a los viejos no se les da un espacio en la sociedad. Ellos mismos dicen que no saben qué lugar ocupan en la estructura donde viven”
Paradójicamente, esto ocurre cuando hay cada vez más viejos que viven más años. Hoy, aporta la socióloga, existe una generación de centenarios. “Si bien siempre hubo viejos, esta es la primera vez en el mundo que las sociedades son viejas”, dice la mujer.
En esta línea de pensamiento, la vejez es un fenómeno nuevo que no fue asimilado por una sociedad que cambió la estructura de su población. Y el segmento que más crece, de los 60 años para arriba, no tiene o no encuentra espacio.
“Increíblemente -prosigue Oddone- cuando había menos viejos, éstos tenían roles sociales. Hoy está directamente relacionado con el rol de abuelo, que es un rol familiar, no social. Por qué a una persona mayor que va caminando por la calle le decimos abuelo, cuando no pasa lo mismo con un nene. Excepto sus padres, prácticamente nadie le dice hijo. O éste tampoco llama a otra persona ligeramente más grande que él como tío. Pienso que el constante mote de abuelo es una discriminación institucionalizada”. En otras palabras, esta profesional con diversos trabajos publicados y referente de la materia, cree que aunque parezca cariñoso llamar a alguien abuelo cuando no lo es, constituye una forma de relegarlo socialmente.
“Mientras que las mujeres pasaron a lo largo de un siglo del ámbito privado, rol doméstico, a lo público; los viejos pasaron de ser un rol social, como transmisores de la cultura, a un rol doméstico con la denominación abuelo”, justifica.
“Más viejos a la vista”
Para Salvarezza, como “hay más viejos a la vista, cada persona se enfrenta con el espejo del propio envejecimiento. Y esto la gente no lo quiere ver ni pensar, pretende quitarse de ese lugar futuro y no verse reflejado”. Esta situación también lleva a relegarlos.
El doctor, que fue jubilado a los 65 años como profesor de la UBA, pero hoy sigue dando clases en FLACSO, hace hincapié sobre la misma cuestión de la abuelidad. “Es una usurpación de títulos, porque no todos los viejos son abuelos. Meterse en la piel del viejo que uno va a ser es una de las cosas más difíciles para el ser humano, por eso se pretende postular que la vejez no tiene nada que ver con uno, que es algo negativo”.
Oddone aporta otra mirada que analiza profusamente en su estudio. “Esta sociedad no sólo no le está dando lugar a un grupo etáreo en aumento. Sino que en algunos casos en el ámbito laboral la discriminación de la vejez puede comenzar a edad muy temprana, alrededor de los 40 o 50 años. Cuando uno de los objetivos es vivir más y superar la barrera de los 100, gran parte de estas personas van a pasar la mitad o más de la mitad de su vida en esa vejez relegada”.
Como escribe Cole, este trabajo confirma que la vejez sigue siendo “una estación en busca de su propósito”.