Los que viven para los demás
Emprendedores sociales, líderes o simplemente ciudadanos. Ocupan gran parte de su tiempo en ponerle el cuerpo a este mundo maltrecho para intentar hacerlo un poco más equitativo
La Nación Revista
Domingo 5 de Noviembre de 2006
Hay momentos en los que el planeta parece colmado de desigualdades, de injusticias difíciles de cambiar producto de estructuras poco equitativas. Y esa impresión es indudablemente acertada.
Pero también, y si se aplica una mirada atenta, se puede intuir el movimiento contrario: una tendencia que puja por equilibrar la situación y hacer del mundo un lugar mejor.
Habrá, quizás, algunos escépticos que puedan argumentar que esas acciones no son más que parches, paliativos que no modifican el problema estructural. Pero sería una opinión rebatible con sólo observar la realidad.
La cuestión es que LNR, con el afán de exponer apenas un atisbo de un fenómeno de dimensiones incalculables, escogió algunos ejemplos destacados de la Argentina.
Son sólo doce personas, con sus historias. Doce en representación de muchos otros. Doce almas que no buscan ni el poder, ni la fama, ni el dinero, sino recuperar un valor moral inmanente: el respeto por el derecho a la dignidad que todos poseen, en el más amplio de los sentidos. O al menos aportar su granito de arena que ese objetivo pueda ser alcanzado.
En estas páginas se vuelven caras visibles. Pertenecen a diferentes equipos que forman parte de organizaciones más grandes, como Avina (más de 900 socios en el mundo) y Ashoka (1700 emprendedores sociales en 62 países). Y no se trata de superhéroes. Ninguno lo es. Apenas son gente que cree que entre todos podemos construir un gran cambio que, en algún momento, pueda dar vuelta los acontecimientos. Y le ponen el cuerpo a la historia.
Por Agustina White y Leonardo Blanco
Fotos Martín Lucesole y gentileza Ashoka y Avina
Ashoka
Ashoka (palabra que en sánscrito significa “ausencia de tristeza”) es una asociación mundial de emprendedores sociales que buscan (y encuentran) soluciones para resolver los principales problemas de la sociedad. En la Argentina, la asociación identificó y apoya a casi 40 emprendedores sociales que trabajan en educación, salud, participación ciudadana, desarrollo económico, derechos humanos y medio ambiente. www.espanol.ashoka.org
Avina
Esta organización se asocia con líderes de la sociedad civil y del empresariado en sus iniciativas para el desarrollo sustentable de América latina. Sus áreas estratégicas: equidad, gobernabilidad democrática y estado de derecho, desarrollo económico sustentable y conservación y gestión de recursos naturales.
En la Argentina cuenta con aproximadamente 200 socios. www.avina.net
Darío Funes - Chubut
Desde las propias capacidades
Todo estaba ahí. Pero no alcanzaba. Transcurría 1995 y en Camarones, un pueblo pesquero de la provincia de Chubut, el cielo diáfano recortado por sierras esculpidas, las costas y los arrecifes poblados de mejillones, las frondosas praderas y el color único del mar patagónico no alcanzaban. Nada ni nadie lograba retener a los jóvenes que elegían huir de la tierra de sus padres.
Quien lo consiguió fue un emprendedor: Darío Funes, director de la escuela del lugar, que, sacudido por el alto número de chicos que repetían o desertaban, se preocupó, se ocupó y encontró una solución. Una que, de tan cercana, no se dejaba ver.
Las especies marinas eran un recurso poco explotado, y el proyecto de Funes fue sencillo: que los jóvenes de Camarones tuvieran, en la escuela, la formación necesaria para que, cuando se recibieran, fueran capaces de administrar su propio microemprendimiento de acuicultura. Es decir, de manejar cultivos marinos de distintas especies (que abundan en el lugar) y de comercializarlas.“Había que cambiar ciertos valores para descubrir que es digno vivir del trabajo –dice Funes–. Recuperar la autoestima ante tanto Plan Trabajar y que los chicos comprendieran que se puede hacer mucho, desde las propias capacidades, para vivir dignamente.”
Hoy, la Escuela 721 se convirtió en el principal motor de desarrollo económico y social del lugar. Los pedidos de matrícula se triplicaron y se redujeron el número de chicos que repiten y la deserción escolar. A los alumnos se les sumaron los padres y a ellos, los abuelos. Se creó una escuela para adultos y ya se piensa en una universidad. Hoy, los recursos de Camarones alcanzan y sobran. Y el proyecto de Funes se replica en Comodoro Rivadavia, Chubut y Florianópolis (Brasil).
Jorge Strada - Mar del Plata
Contra la exclusión, una vejez activa
Jorge Strada tuvo muchas vidas: fue músico, psicólogo y escritor. Pero sólo logró conjugarlas cuando fue “el creador de Papelnonos”. Sólo gracias a la idea de una orquesta de abuelos que tocan cornetas de papel pudo ser más músico, psicólogo y escritor que nunca. “Quemé las naves –afirma el hombre, de 58 años–. Encontré mi lugarcito.”
Tal vez porque de chico convivió con tres abuelos que le dieron una perspectiva de “espanto” frente a la vejez (“cada uno tenía algo: la queja permanente, la negación de la realidad, los achaques de salud…”) o por el pavor que le generaba el acecho de la propia, Strada se propuso, hace ya 17 años, dar batalla. O, como dice él, “ayudar a construir un nuevo concepto de vejez”. Un envejecimiento activo contra la soledad, la no inclusión, la carencia de proyectos y la baja autoestima. Todo eso se proponía.
Así surgió Papelnonos, una peculiar agrupación de abuelos que hacen música con instrumentos de papel. “Comenzó a funcionar cuando la gente que nos escuchaba empezó a verse reflejada en una vejez posible –cuenta–. Sin espanto.” Y cuenta cómo se propagó como una epidemia positiva que reemplazó la lástima por la admiración.
La pequeña orquesta que aturdía con sus cornetas de papel había empezado con doce abuelos. Hoy cuenta con cinco mil intérpretes esparcidos por todo el país. Tienen sus propios discos y hasta seguidores. En México y en Ecuador ya hay réplicas de la organización. Y Papelnonos se transformó en una fundación que promueve diversas actividades relacionadas con la tercera edad.
“Es un absurdo negar la vejez porque es negar el propio desarrollo –señala Strada–. Somos contradictorios: todos queremos vivir más, pero no queremos llegar a viejo.”
Miguel Larguía - Ciudad de Buenos Aires
Consolar y acompañar
Flaco, algo esmirriado. Tímido, serio, correcto y agradecido... Miguel Larguía es todo eso. Y, además, una eminencia. El hombre que esconde su mirada calma tras unas tupidas cejas oscuras es la tercera generación de médicos pediatras (“fui genéticamente determinado”, bromea) y posee una encumbrada trayectoria (“lo que hice y lo que sé, sólo me exigen mayor responsabilidad”, dice).
Simple es él. Y simple su consigna. Tan sencilla como revolucionaria: “El médico debe saber que lo importante no es curar, sino consolar y acompañar. Curar se puede a veces; lo otro, siempre”.
Desde la maternidad Sardá, la más grande de la Argentina, Larguía impulsó el proyecto de Maternidades Centradas en la Familia (MCF), que procura revalorizar los derechos de las mujeres y sus familias en el momento del nacimiento, incorpora nuevos servicios, reorganiza eficientemente a todo el personal del hospital en torno de ellos e involucra al resto de la comunidad.
Una rebeldía basada en el más esencial sentido común le hace plantear un listado de prioridades: el niño recién nacido necesita antes que nada a sus padres, luego a las enfermeras y por último a los médicos. “En una maternidad, los dueños de casa no somos los médicos, sino las madres y su contexto familiar”, dispara.
Tiene en claro quiénes son sus enemigos. “Un mundo tecnológico que medicalizó de manera absurda el nacimiento de las personas” y que “secuestra” a los bebés recién nacidos en las nurseries. Y también los indiferentes: “Los verdaderos enemigos no son los críticos, porque de la critica se aprende, sino los indiferentes. Los que no se oponen pero tampoco reaccionan”.
Beatriz Pellizzari - Ciudad de Buenos Aires
Un mundo nuevo, sin escalones
El primer día del resto de la vida de Beatriz Pellizzari fue aquel del accidente. Su novio manejaba la moto. Ella viajaba en la parte de atrás. Y el mundo se desenchufó bruscamente cuando fueron arrollados por un colectivo. Beatriz se salvó, pero su novio falleció.
Muchos meses de cama y un año sin poder caminar la hicieron traspasar, a la fuerza, esa línea absurda entre la “normalidad” y la “discapacidad”.
Beatriz hoy tiene una prótesis en su fémur y cada día se obliga a recordar que lo suyo fue un milagro. “Estuve muchos meses boca arriba –recuerda–. Pero cuando me pusieron vertical y vi los árboles por la ventana resolví que me había quedado en este mundo para resignificar la vida. La mía y la de los demás.”
Su proyecto: La Usina, una asociación civil pensada para aportar una visión diferente de la discapacidad. Para instalar el tema. Desmitificarlo. Y tender rampas mentales. “Para eliminar la cultura del no mires. Porque eso vuelve invisible al diferente –relata–. Hay que mirar… Quizá lo que haya para ver no sea tan tremendo”, se ríe.
Dar a luz La Usina le llevó nueve meses de terapia. “No es fácil aceptar que uno se equivoca y que es ahí donde está el aprendizaje.” Y el aprendizaje es diario. Permanente. “Todos los días una buena acción… –se repite– Una. Eso es lo que va a generar el cambio.”
Su sueño: “Un mundo sin escalones… Eso sería genial… Todo un sueño”, se vuelve a reír.
Ricardo Bertolino - Rosario
Por una sociedad más justa
Dice que no lo había pensado. Pero que, tal vez, la participación en el centro de estudiantes de la escuela, en el de la facultad, su militancia en la democracia cristiana, la de la Acción Católica, su preparación para ser cura y su cambio de rumbo hayan sido borradores de un proyecto final: el propio. Y el de este ingeniero agrónomo de 48 años, de pensamientos claramente delimitados y pocas palabras, no parece tener que ver con una solidaridad demasiado emotiva. Esa de lágrimas en primer plano y música incidental. Su visión es amplia, estructural y pragmática. Se preocupa por ver más allá de las historias particulares y por atacar, antes que a las injusticias, al sistema que las produce. “En el sistema actual es natural que haya gente que se muera de hambre, y eso no es nada natural”, afirma.
Como para barajar y dar de nuevo, Bertolino creó los Ecoclubes, espacios democráticos, prototipos de una sociedad más justa, compartidos por jóvenes de entre 18 y 25 años que deben crear y, finalmente, lidiar con estructuras, autoridades y estatutos definidos por ellos mismos. Además de proponer, y llevar a cabo, estrategias que sirvan para revertir situaciones problemáticas y conductas nocivas en temas relacionados con el medio ambiente, el desarrollo y la salud. “En estos espacios, los chicos se dan cuenta de que pueden modificar estructuras, metodologías e injusticias –dice –. Sienten que su voz se escucha y sus acciones tienen impacto.” Los Ecoclubes están intentando generar capacidad de liderazgo en más de 15.000 jóvenes y ya lograron expandirse por América, Africa y Europa.
Pero para Bertolino no hay ningún mérito personal. “Yo disiento de los que piensan que nosotros (los emprendedores sociales) somos diferentes. A veces no entiendo por qué tanto reconocimiento si yo hago lo que me gusta. En eso soy medio raro”, sonríe, tímidamente, por primera vez.
Julio Vacaflor - Rosario
Retazos de un sueño
Era un 3 de junio de 1999 (la misma fecha en que, 229 años antes, nacía Manuel Belgrano). En la casa de Julio Vacaflor (en el barrio Manuel Belgrano, de Rosario) el hombre se preparaba un mate, se sentaba en su escritorio y prendía un cigarrillo. Entre el humo, la imagen apareció nítida: las manos de una mujer cosían las telas celestes y blancas que le acercaba un grupo de chicos.
Dice que la visión duró en su cabeza una fracción de segundo, pero no es del todo cierto. Duró mucho más. Y a fuerza de durar se hizo realidad. Alta en el Cielo, el proyecto de armar con retazos de telas llegados desde todos los rincones del país la bandera más larga del mundo, es un hecho. Y, desde 1999, cada 20 de Junio reúne a miles de personas que la hacen crecer y desfilar al pie del Monumento a la Bandera, en Rosario. Los 130 metros de 1999 llegaron a más de 10.000 hoy y “un día de luto se transformó en un reencuentro popular en el que convergen ladrones, jueces, ricos, pobres…”, cuenta Vacaflor, con algo de humor.
Y ésa tal vez sea una de las gracias de su travesura. Todo un símbolo: “A esta bandera no la podés hacer solo ni la podés desplegar solo –explica–. Te obliga a pensar en el otro. En gente amiga que piensa como vos y en gente que no”.
La idea, su propia idea, lo emociona. Y ante la emoción, la ironía: “Lo mío es una mentira. Yo no cosí ni medio metro. A mí me ponen para las fotos, pero no hice nada. A veces, Alta en el Cielo me da miedo. Porque me pone en un lugar en el que no me la aguanto. Hay gente que viaja 4000 kilómetros para traer una bandera de 10 metros, la cose a la grande, el 20 la desfila, llora como un marrano y se va sin llevarse un TV color, un 0 km o un viaje a Cancún. Y encima me da las gracias. Estar dentro de tu propio sueño es muy loco”, remata, y detrás del humo de su cigarrillo disimula unas lágrimas.
Rubén Pablos – Bariloche
Sembrar una esperanza
Hace una década, los incendios dejaban su huella en los bosques de la Patagonia. Ese fue el disparador para que Rubén Pablos (el Polaco), ex combatiente de la Guerra de Malvinas y por entonces bombero forestal voluntario, plasmara una idea que tenía latente: la conservación del medio ambiente.
Sin embargo, antes algo lo había marcado. “Después de la guerra me di cuenta de las cosas importantes de la vida. Todos deberíamos tratar de construir un mundo mejor sin guerras”, expresa, mientras abre sus ojos celestes muy claros, enmarcados por la barba y el pelo largo, que cae sobre sus hombros. Recuerda que no fue fácil al principio. Por su antecedente, no conseguía trabajo en Buenos Aires. Fue así como buscó el contacto con la naturaleza en Bariloche, y allí se desempeñó como artesano.
Cuando las circunstancias lo motivaron, en 1996, impulsó el Proyecto de Restauración del Bosque Nativo Andino Patagónico y creó el Vivero Forestal Bariloche (hoy con una producción estable de más de 50.000 plantas autóctonas). Luego, para darle un sostén legal, surgió la Asociación Civil Sembrar, a la que se sumaron profesionales movilizados por la educación y la conservación ambientales.
Pablos siempre buscó que su emprendimiento fuese autosustentable, y lo logró con altibajos, sobre todo mediante la venta de plantas.
Uno de sus pilares, la educación ambiental mediante talleres, está focalizada en chicos y docentes; también, en guías de turismo y profesionales. ¿Su mayor satisfacción? La primera campaña anual de reforestación en la montaña organizada por ellos y en la que 1500 chicos plantaron especies autóctonas en una zona incendiada (ya realizaron otras 6 campañas y en cada una de ellas participaron unos 2000 chicos). “El cuidado del bosque nativo es como una excusa que conduce a temas tales como el compromiso hacia la vida, que es, ni más ni menos, nuestro futuro y el de nuestros hijos.”
Marcela Lappena – Rosario
Ver lo que no se ve
Acá adentro creemos que podemos con todo, pero cuando salimos nos encontramos con paredes difíciles de derribar.” Es una frase que la psicóloga Marcela Lappena escucha con frecuencia e intenta revertir en la Asociación Chicos, un espacio dedicado a los niños y adolescentes denominados “de la calle”, en Rosario. Como coordinadora del Centro de Día de esa organización, trata de reflejar, sin olvidar detalles, lo que vive a los 39 años, y desde hace 17, en su lugar de acción.
Todo empezó cuando estudiaba en la universidad y la convocaron para un programa municipal, su primera experiencia con chicos en esa situación. Sólo quiso probar. Pero en la práctica notó un cambio: no quería “ser indiferente al dolor del otro”, y pensó en modificar su estilo de vida para comprometerse en “hacer del mundo un lugar más habitable para todos”. Así, en 1992 y junto con un grupo de profesionales, desarrolló la Asociación Chicos.
Más de 200 niños, de entre 12 y 18 años, que asisten anualmente al Centro de Día encuentran allí contención y la posibilidad de desarrollar sus potencialidades: participan en talleres de capacitación laboral, artísticos y de recreación. Para Lappena, el primer paso está logrado: el centro es un referente para mejorar la calidad de vida de los chicos. Sin embargo, falta que la gente los acepte como víctimas de un fenómeno que los excede. “Muchos los discriminan y reducen sus semejanzas con nosotros, para no verlos. Por eso, insistimos en actividades donde puedan reconocerlos como sujetos de derecho.”
A pesar de realizar un trabajo muy demandante, Lappena confiesa que su familia la acompaña en todo. “Encontré el lugar en el que tengo que estar. Siempre queda un resto de dolor e indignación al compartir con quienes hacen un esfuerzo desmedido para vivir dignamente. Pero me da mucho placer saber que estoy en mi camino”, finaliza, con un gesto alegre.
Juan Manuel Giménez – Paraná
La clave: participar
Juan Manuel Giménez pasó por diversos trabajos: una fiambrería, una agencia de viajes, encuestadoras… Pero hay uno que destaca. “Mi padre fue ferroviario y yo también, en el Ferrocarril General Urquiza, por casi 5 años. Gracias a mis compañeros, conocí la actitud solidaria y alegre para encarar obstáculos. Pero eso no significa que haya sido fácil”, reconoce, y recuerda: “Esa cultura de trabajo me permitió, frente a la dureza de una realidad, tener un tono y un humor aguantador”.
La militancia y las cuestiones comunitarias siempre lo motivaron. Mientras era ferroviario, como delegado gremial, y cuando cursaba Comunicación Social en la facultad, integrando el centro de estudiantes. Y participando, además, en diversas actividades culturales.
Con unos anteojos que le dan un look intelectual, pero sin ocultar su simpatía, hoy Juan Manuel forma parte de la Asociación Civil Barriletes, un equipo de personas que desde 2001 promueven la cultura de trabajo, la solidaridad y la participación ciudadana. Allí, él coordina el área de expresión sociocultural. “Lo que más me moviliza es ver jóvenes entusiasmados, alegres, canalizando su energía”, expresa.
El principal emprendimiento de la asociación es la revista mensual de calle Barriletes (42.000 ejemplares anuales), que venden adolescentes y adultos desocupados o cuyas familias viven en condición de pobreza. El medio involucra a más de 250 personas.
Por su parte, Giménez también dicta clases en la carrera de Comunicación Social y dirige el proyecto Cultura Activa en la Universidad Nacional de Entre Ríos.
¿Su mensaje? “Cuando uno abre la mano para dar algo, indudablemente vuelve algo. Sólo hay que estar abierto para ver en qué forma regresa.”
Natalia Molina – Córdoba
La fuerza en lo colectivo
Hablar con claridad es una de las claves de su profesión. Y, sin duda, la joven politóloga Natalia Molina lo tiene muy en claro. Para transmitir una idea, vocaliza y acentúa con convicción cada palabra abstracta de su materia. Y lo logra. Proveniente del barrio de Santa Isabel (relacionado históricamente con el Cordobazo), en la ciudad de Córdoba, Natalia expresa: “¡Cordobesa a full!”. Allí se gestó su vocación. “Todos los vecinos nos conocíamos, y hasta compartíamos el locro del 25 de Mayo. Siempre tuve lo colectivo cerca, y eso me acercó a lo social: la idea de barrio, vecinos, amigos, en un todo.” Sus primeros pasos en la participación colectiva los dio en el colegio secundario.
En plena crisis nacional, a fines de 2001, surgió la Red Ciudadana Principio del Principio como una propuesta abierta a quienes buscaban espacios de participación. “En mi barrio no había asamblea popular, ¡y quería estar en una!”, recuerda. Luego de leer la convocatoria en los diarios quiso integrar esa red. “Ahí sigo. Y no paré, no paré… –repite–. Allí volqué lo que aprendí en mi carrera. Primero, controlando las sesiones del Concejo Deliberante de la ciudad. En ese momento éramos 400 personas de diversas profesiones y una de nuestras principales actividades fue dar el primer paso para conformar la Justicia Electoral Municipal, encargada del proceso de revocatoria del entonces intendente de la ciudad, Germán Kammerath.”
Otra iniciativa fue convocar en 2003 a los candidatos a intendente para firmar un Acta Etica de Compromiso: “Así surgieron los núcleos que la red viene trabajando: fomento de participación ciudadana y gestiones transparentes de gobierno”. En su función de coordinar, comunicar y hacer de articuladora entre organizaciones, Natalia se muestra cada vez más abocada a lo que la “dignifica”: actuar en el espacio público colectivo. “Me encantan los cafés argentinos porque ahí surge la queja, la crítica y luego la propuesta. Son el lugar ideal para empezar a hacer algo con los ciudadanos.”
Vanesa Zehnder – Paraná
Ecología y sociedad
Tiene un maquillaje casi imperceptible y lleva una blusa blanca. Sencilla y natural. Así luce Vanesa Zehnder. En apariencia de pocas palabras, es precisa a la hora de definir su intensa acción: “Soy coordinadora institucional de la organización Eco Urbano, con la que trabajo desde hace 12 años en la promoción y la construcción de una cultura ambiental en Paraná”. A la vez, se ocupa de la formación y el fortalecimiento de Ecoclubes en Entre Ríos, Misiones y Uruguay. Y, desde esa iniciativa, coordina un grupo de jóvenes que trabajan “codo a codo” con ella, motivando a que otros participen en el cuidado ambiental.
Como santafecina, Vanesa se instaló en Paraná para estudiar Comunicación Social. Ahí se casó y tuvo 2 hijas que la apoyan en sus emprendimientos. “Me extrañan si viajo, pero todavía me dejan”, dice con una sonrisa. Aun así, confiesa que le gustaría compartir más tiempo con ellas.
La primera acción de Eco Urbano fue la propuesta presentada al municipio para separar los residuos (vidrio, papel y metal) en la vía pública. Aunque la iniciativa no fue muy exitosa, Zehnder afirma: “Ahora, a través de una gestión asociada con el gobierno municipal y un grupo de ONG y vecinales, estamos implementando la separación domiciliaria de residuos”. Hace un paréntesis: “Dos hechos instalaron el tema ambiental en la agenda pública: el movimiento en contra de la construcción de la represa del Paraná Medio (1996-1997) y la oposición a las pasteras en el río Uruguay”.
Hoy, Eco Urbano involucra a 5000 personas y sensibiliza a miles con un programa de TV. “Nuestro perfil no es de denuncia, sino que intentamos promocionar la participación y la organización para el cuidado ambiental –destaca Zehnder–. Es importante que la gente vaya a una organización barrial para promover el bien común. Es mejor participar que criticar y no hacer nada.”
Gabriela Bellazzi – Puerto Pirámides
Jugarse por un ideal
Tenía 10 años cuando visitó el gran parque acuático Sea World, en los Estados Unidos. “Al ver el show de las orcas, me puse a llorar porque estaban en una pileta”, cuenta Gabriela Bellazzi. Pero dos años más tarde estuvo en Punta Norte (península de Valdés) y pudo verlas en el mar. Desde un acantilado, dijo: “Cuando sea grande voy a trabajar para proteger a esos animales”. Gabriela siguió su instinto y empezó a estudiar biología, pero se dio cuenta de que no le gustaba. Su vecino dio en la tecla: “Dijo que si quería proteger a los animales debía estudiar comunicación”. Y optó por publicidad.
Corría el año 1996 y un día, al enterarse de que había un pedido de captura de orcas en la península de Valdés, Gabriela no pudo evitar hacer algo: en tiempo récord, logró impedir la captura de orcas tras haber obtenido el apoyo de más de 80 organizaciones del mundo.
Se dio cuenta de que “servía para eso y nada era imposible”. El cambio fue radical y se alejó de Buenos Aires con todas sus “comodidades”. Aficionada a los delfines, las ballenas y las orcas, e inspirada por el paisaje, se instaló en Puerto Pirámides (península de Valdés), donde su marido, que la acompañó en su emprendimiento, es ahora director de Medio Ambiente. “Fue muy jugado al principio. Hacíamos todo a pulmón”, dice Gabriela, pensando si volvería a hacerlo. Junto con un grupo de diez personas creó la Fundación Tierra Salvaje, orientada a cuidar mamíferos marinos y su ambiente. Para su satisfacción, la organización fue nombrada coordinadora del programa Dolphin Safe en el Cono Sur, que monitorea la pesca de atún debido a la muerte de delfines ocasionadas por esa actividad.
Gabriela además impulsa el Plan Estratégico Participativo del pueblo. “Lo social y lo ambiental van de la mano”, expresa. En lo personal, reconoce que tiene límites de horario: “Si no, no tendría familia”. Divertida, cuenta que disfruta estando con los chicos: su hijo y los amigos. “También les hablo de los delfines”, se ríe.
Gabriela es siempre un motor en acciones que denotan su pasión por la fauna marina y el medio ambiente. Su secreto: “Estar convencida y tener amor por lo que se hace”.
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