Escrito en los genes
¿La longevidad y la resistencia a las enfermedades dependen de una predisposición genética? Mientras la expectativa de vida aumenta cada día, la respuesta a esta pregunta es uno de los grandes enigmas de la medicina actual
La Nación Revista
Domingo 22 de enero de 2006
Cada vez que una célula se divide, el organismo debe pagar un tributo: día a día se va descapitalizando y, tal como afirma el dicho popular, lo hace a expensas de perder "hilo del carretel". Es que con cada división celular, un proceso imprescindible para la vida, se van perdiendo pedacitos de ese hilo, o telómero, de los cromosomas, una parte del ADN cuyo largo varía de persona en persona y condicionaría no sólo su mayor riesgo de padecer enfermedades, sino también su longevidad. La telomerasa, enzima que repara los telómeros, sólo puede alargar el más corto de ellos.
Así las cosas, e implacablemente, con el curso del tiempo se va acabando el hilo del carretel. Las células comienzan a segregar sustancias peligrosas. Se pierde el control, todo es terror y desorden, los relojes biológicos se adelantan: el mandato genético ha mutado. El majestuoso equilibrio se quiebra y la catedral se desmorona. La vida va camino de su fin.
La inmortalidad biológica desafía al pensamiento humano desde que los primeros hombres se dieron cuenta de su propia mortalidad, y ha sido tema de abundante literatura, comenzando con los griegos y su mitología. Cuentan que Eos, la diosa de la aurora, fue condenada por Afrodita a estar eternamente enamorada. Su más famoso y cruel amor fue Titón. Para poder estar permanentemente juntos, Eos rogó a Zeus, padre de dioses y hombres, la inmortalidad para Titón, pero –trágicamente– olvidó pedir que lo conservara joven. Eos contemplaba cada mañana cómo su amado iba envejeciendo, hasta verlo convertido en una cigarra de piel arrugada. El mito refleja como ningún otro la tristeza de la vejez cuando se hace peor que la muerte.
Con el avance de la civilización se busca no solamente prolongar la vida, sino también la juventud. Día a día nos prometen cientos de extrañas y milagrosas dietas o sofisticados estilos de vida que podrían llevarnos hacia esas metas.
Sin embargo, todavía no ha sido posible identificar qué genes determinan la longitud de los telómeros de los cromosomas, una pieza clave del envejecimiento individual. Nada parecería detener el reloj biológico que marca el paso del tiempo. Las cirugías plásticas, las cremas antiage, los venenos de serpiente, son tan sólo un momento de distracción de este implacable reloj, un encubrimiento temporal del paso del tiempo. El orden molecular de las células tarde o temprano y en mayor o menor medida se altera y aparecen tanto el envejecimiento como el riesgo de ser más vulnerables a enfermedades tales como el cáncer, la hipertensión arterial, las demencias.
Si bien parecería que sólo el 25% de la posibilidad de ser más o menos longevos radica en los genes y el resto depende del medio ambiente y el estilo de vida, entre las personas que superan los 90 años parece existir una fuerte base genética o predisposición familiar a la longevidad.
El mayor objetivo de los biogerontólogos no es tanto prolongar el tiempo de vida como aumentar la longevidad sin las inhaˇbilidades que van surgiendo con el paso de los años.
Hay casos asombrosos entre algunas especies animales. Por ejemplo, la trucha arco iris del Pacífico: casi sin alimentarse y sorteando miles de obstáculos, recorre más de 200 kilómetros contra la corriente. Una vez liberada del titánico esfuerzo, se detiene a descansar y emprende el camino de regreso. A partir de ese momento, la espina dorsal se endereza, y a medida que regresa a casa se transforma en un ejemplar joven y fuerte, listo para comenzar el nuevo ciclo que dicta su memoria genética. ¡Y este milagro ocurre cuatro veces durante su vida!
Por el momento, los laboratorios de biología molecular experimentan con organismos inferiores, como el gusano. Ya se pudo demostrar que apagando la actividad de un determinado gen y encendiendo la de otros los gusanos se mantienen con aspecto joven y normal, y extienden su vida seis veces. Llevado a términos humanos, sería el equivalente de vida sana y activa por 500 años.
¿Habrá que pedírselo a Zeus?
Por Primarosa Chieri
* La autora es doctora en medicina y médica genetista
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