Cada vez hay más herramientas para vivir bien después de jubilarse
Empresas y especialistas argentinos ya reproducen en el país una tendencia
del Primer Mundo: la preocupación por quienes se retiran del mercado
laboral. Hay talleres, terapias y programas de todo tipo.
Georgina Elustondo
23.10.2006 | Clarin.com
Hace ya un tiempo, cuando la década del 90 despuntaba sus últimos años, una
visita guiada a un diario neoyorquino sorprendía a los extranjeros con algo
impensable por entonces en Argentina: "Tenemos un programa para ayudar a los
empleados a enfrentar el momento de jubilarse -comentó el guía-. Lo
implementamos al advertir un alto porcentaje de casos de depresión y hasta
de suicidio tras el retiro. Nuestros trabajadores se involucran mucho con la
empresa durante su carrera y algunos, al jubilarse, se encuentran perdidos,
vacíos, y no saben cómo seguir. Es nuestra responsabilidad prepararlos para
planificar y disfrutar esa etapa".
Toda una consideración, un mimo y una política de recursos humanos
inimaginable por aquellos días en esta parte del mundo. Pero mucha agua ha
corrido desde entonces. A fuerza de tendencias globales y de una "tercera
edad" cada vez más larga, poblada y vital, empresas y especialistas empiezan
a entender que la jubilación -en una sociedad que glorifica la productividad
y el potencial juvenil y desprecia el envejecimiento- tiene más de angustia
y pérdida que de anhelado descanso. Ya se habla de una "crisis de
desarrollo" tan movilizante como el ingreso a la adolescencia o el
nacimiento de un hijo, y florecen las propuestas y programas para ayudar a
la gente a enfrentar la salida del mercado laboral.
"La jubilación y la entrada a la vejez son un momento de pérdida y hay mucho
que elaborar. Uno deja el grupo de pertenencia, caen los ingresos, cambia el
rol social: de un día al otro nos convierten en pasivos y para muchos el
mundo se viene abajo", asegura Andrea Lardani, gerente clínica de EAP
Argentina, una empresa que ofrece asistencia a empleados a punto de
jubilarse. Es un servicio cada vez más solicitado por particulares,
organismos públicos y compañías.
No hay que sentirse un bicho raro por enfrentar el supuesto "recreo" de la
vida con fuertes contradicciones o angustiante desequilibrio. No hay mucho
que celebrar cuando socialmente se asocia a la jubilación con el ingreso a
la vejez, a un tiempo de descuento e inactividad que resta bienestar y poder
adquisitivo y lo deja a uno sin función social.
"Al retirarnos, la sociedad nos pasivisa. El rol cambia y hay que
reubicarse. Es un momento de gran incertidumbre y soledad", sostiene Daniel
Pérez, psicólogo social y subgerente de la AFJP Profesión + Auge, una
empresa que desde 1994 ofrece talleres prejubilatorios por los que ya
pasaron más de 500 personas. "Es tal la demanda que desarrollamos otros
programas que apuntan a estimular actividades en esa etapa. Desde talleres
de filosofía y teatro hasta visitas guiadas, el objetivo es evitar que la
gente se paralice, que pueda recuperar el protagonismo y diseñar un proyecto
con calidad de vida".
No es fácil. Jubilarse es despedirse de un ámbito en el cual uno pasó mucho
tiempo de su vida, de un lugar que, además de poblar la agenda de
obligaciones, dio sentido al despertador, cansó los días, iluminó los
francos e idealizó cada año la idea de vacaciones. Es vaciar el final del
día de anécdotas, chismes y quejas "del laburo" y desprenderse de la
obligación de arreglarse, capacitarse y salir a probar suerte, mente y
cuerpo en la vida pública... La sensación de vacío se impone.
"Es duro. Atravesar el duelo de la jubilación demanda un gran esfuerzo
psíquico. Exige reorganización y resignificación y buscar ayuda y contención
para seguir no es un signo de debilidad. A cualquier edad es saludable
buscar espacios donde reflexionar sobre lo que nos pasa", dice la
psicoanalista Ana Cersósimo, especialista del Centro Dos y del Programa
Hogares de Día para la Tercera Edad del Gobierno porteño, donde funcionaron
durante dos años talleres prejubilatorios que serán relanzados en 2007.
"Tratamos de ayudar a la gente para que no viva esa etapa como una debacle,
pero no es fácil disfrutar el descanso cuando no hay cómo sostenerlo
económicamente", dice Cersósimo. Es claro: en Argentina el desafío de
atravesar la despedida del mercado laboral va más allá de remontar psíquica
y emocionalmente la etiqueta de "pasivo" y sobrevivir a un contexto de redes
institucionales y vinculares deterioradas o disminuidas. De los 3,6 millones
de mayores de 65 años que residen en el país, el 30% no tiene ingresos y
cerca de la mitad es pobre.
"Recibimos muchas consultas por Internet. A la gente la angustia lo
económico, pero también la planificación del tiempo libre y temas vinculados
a la salud", dice Carmen Guaita, directora de la empresa mijubilacion.com,
que también brinda cursos que preparan para el retiro. "Quienes pasaron
décadas en empresas y organismos tienen su identidad asociada al trabajo. La
crisis que se desata es muy fuerte", agrega.
Miguel Angel Acanfora, especialista en gerontología, es contundente: "Nadie
nos enseña a envejecer, pero hay que reconciliarse con esa etapa, buscar
contención y ponerse productivo. La jubilación es la posibilidad de
recuperar espacios personales y familiares, de atender deseos postergados y
de cumplir viejos sueños. Una persona de 65 hoy es joven, tiene 20 años o
más por delante. Hay que llenar la tercera edad de contenido, no es más un
tiempo de descuento".