Cerca de tres millones de argentinos enfrentan el desafío de convivir día a día con una enfermedad que demanda constantes cuidados para evitar complicaciones
La Nación Revista
Domingo 17 de Septiembre de 2006
María Claudia Pedrayes de Juni, la empresaria exitosa que quería ser mamá
Tener todo... hasta diabetes
Después de cinco años sin hijos, con dos embarazos perdidos, María Claudia Pedrayes de Juni no quería otra cosa que convertirse en mamá.
"Tenía y tengo un buen trabajo, un marido del que sigo muy enamorada: solamente me faltaban los chicos", explica esta licenciada en ciencias políticas y periodista que dirige su propia agencia de comunicación (Express News), mientras mira embelesada a sus tres hijos (Carlos, de 11; Violeta, de 9, y Marcos, de 8), buenos alumnos y activos deportistas: tenis, fútbol, rugby, surf...
Así dispuestas las fichas del ajedrez de la vida, cuando María quedó embarazada del mayor y el proceso siguió su curso natural, sintió que tocaba el cielo con las manos.
Durante el embarazo de Carlos, María soñaba con la típica "pancita": no se limitó y engordó casi 30 kilos: pesaba 52 al comienzo y terminó con 80. "Lamentablemente, no me detectaron la diabetes que tuve durante la gestación. Mi hijo mayor pesó 4,200 kg", explica.
Mientras disfrutaba de su tan ansiada maternidad, María se hacía periódicamente algunos análisis: si bien los números daban "al límite" la enfermedad aún estaba agazapada, sin manifestarse en forma abierta.
Hasta que un día, con su segundo embarazo, se sintió muy mal. "Yo soy Sarmiento: muy exigente en todo; nunca falto, nunca llego tarde, pero esa vez sinceramente pensé que me moría –recuerda, sin ocultar la angustia–. Así como estaba, en camisón y pantuflas, me puse un tapado y me fui a la guardia. "Tengo antecedentes de diabetes gestacional y ahora estoy embarazada otra vez. Me siento muy mal…, dije. En la clínica me preguntaron si estaba en ayunas y me chequearon la glucemia: tenía más de 300… Quedé internada y ahí empezó a tratarme el médico que desde entonces me sigue…" (N. de la R: la diabetes gestacional se presenta en cerca del 5% de los embarazos y, si bien puede desaparecer finalizada la gestación, es un importante factor de riesgo).
Sus hijos se acercan y quieren compartir la charla. Son receptivos, de mirada brillante.
–Ellos saben que tengo un problema que no es grave, pero también que no tienen que corretear alrededor cuando me aplico la insulina. O que si me siento mal necesito tomar una gaseosa, y no dietética. Distinguen bien qué puedo y qué no. Están atentos. Y no creo que hagan un esfuerzo. Son inteligentes y me hacen sentir contenida.
María Claudia Pedrayes habla con sinceridad: "Mi kit medidor de glucemia y mi aplicador de insulina son mis fieles compañeros; nunca me alejo de ellos. La diabetes es silenciosa. No sentís nada. Tengo todo y tengo diabetes. Si pretendo ignorarla, sé que voy a sentirme mal. A mí me costó y me cuesta aceptar: sé que quienes hablan en las notas periodísticas son los que cumplen todo a la perfección. En cambio, creo que la mayoría de los pacientes están en mi bando: luchamos, nos rebelamos; no es sencillo bancarse lo que sentimos, la tiranía de la enfermedad".
Cuidar, una asociación que brinda educación y apoyo a chicos y adolescentes
El desafío de cuidar
–¿Viste mami? ¡Y ahora hasta tiene novia...! Pepe no pudo ocultar su sorpresa cuando vio llegar a Juan Martín con una chica monísima del brazo. Es que Juan Martín –estudiante de educación física, jugador de fútbol, empleado de una veterinaria– es un claro ejemplo de cuánto Pepe puede esperar de su propio futuro: todo.
Pepe, de 11, y Juan Martín, de 25, forman parte de la Asociación para el Cuidado de la Diabetes en Argentina (Cuidar).
Creada y dirigida por la incansable Liliana Tieri –mamá de Estefanía, de 11, que hace 9 años recibió un diagnóstico que ninguna familia espera–, desde julio de 2001 Cuidar informa, educa, apoya y contiene a más de 2000 familias argentinas.
La asociación organizó este año un taller de cocina. Damián, de 16; Eugenia, de 24, y Juan Martín, de 25, asisten a Cuidar desde hace varios años y fueron formados como "líderes": comprendieron las claves para llevar adelante su vida con diabetes, y transfieren esa experiencia a los más jóvenes. Pepe –que se llama Juan Esteban, explica su mamá, pero decidió ponerse ese sobrenombre– aprendió que cuando va a una fiesta de cumpleaños puede comer una porción de torta, aunque sabe que no le conviene la cobertura, que tiene mucho azúcar. Y Florencia, de 8 años, entendió que las milanesas al horno son más sanas que las fritas. En tanto, su tocaya, de 11, reparte la receta de un delicioso shake con frutillas que Estefanía ya ensayó en casa y que hoy repitieron en el curso para brindar.
La más chiquita del grupo, Violeta, que tiene 6 años, enseña a su mamá cuántas unidades de insulina tiene que aplicarse, de acuerdo con sus comidas y su actividad física.
"Cuando aparece un caso de diabetes en la familia hay un antes y un después –dice Margarita, la mamá de Florencia–. Se hace un replanteo de vida saludable y esto se refleja en todas las actividades de la casa, que se extienden hasta la escuela, como impulsar el quiosco y el comedor sanos."
Algunas de las familias conocieron Cuidar durante las charlas que Liliana Tieri organiza en las escuelas. Hay cursos de plástica, cocina, actividad física, artes, campamentos. Liliana, que mira con amor y orgullo a su hija –Estefanía practica hockey y atletismo, y sueña con ser médica–, dice que en Cuidar quieren que todos los chicos logren la mejor atención.
"En nuestro país existe una ley, la 23753, llamada Ley del Diabético, pero se no cumple –asegura Tieri–. Se entregan 400 tiras reactivas anuales para medirse la glucemia y ellos necesitan 1800 por año. No queremos un control mínimo; queremos un control óptimo. Si no, se está atentando contra la vida y la salud de los chicos. Muchos desconocen la ley y otros la conocen pero están cansados, no tienen resto para conseguir lo que necesitan. Ahí tratamos de estar nosotros, cuidando y ayudando a que otros papás puedan cuidar a sus hijos."
Los Baraldi, de Rosario, una familia "conquistada" por la diabetes
Pedro, Andrés y Mariano: una vida de tackles, tries e insulina
Los síntomas comenzaron después de jugar un circuito mundial de Seven con Los Pumas en Italia: tomaba mucho líquido, orinaba litros, tenía un apetito voraz y perdía peso. "Bueno, hijo, debés tener diabetes."
La voz de Jorge Baraldi no mostraba dramatismo. De cumplirse su diagnóstico, Pedro sería el tercer diabético de la familia, luego de él mismo y de su hijo menor, Andrés, que había "debutado" a los 8 años.
Pedro le pidió prestado a Andrés las tiras reactivas y el glucómetro y tuvo la confirmación: 190 de glucemia.
–No, no sentí miedo. Pensé: ahora me toca a mí –recuerda hoy, 15 años después, sentado en el living de su casa de Funes, cerca de Rosario, entre los saltos de su hijo mayor, Matías, de casi 3 años, y la ternura del bebe de la casa, Tomás, de 4 meses, a quien Carolina, su mujer, acuna con infinito amor–. Estaba en lo mejor de mi carrera deportiva; siempre había jugado en el Jockey de Rosario y formaba parte de Los Pumas de Seven. Nunca había pensado en dejar. No me deprimí ni necesité ir al psicólogo. Tuve contención familiar, un buen médico y una constante retroalimentación entre el deporte y la diabetes. Rugby, fútbol, tenis, golf. Soy diabético, pero me encantan los dulces, y como llevo una vida ordenada y gasto mucha energía, me puedo dar algunos gustos."
Pedro Baraldi tiene 40 años, mide 1,90, es contador y entrenador de Seven en Los Pumas. Además de un programa radial sobre rugby, tiene una empresa que organiza carreras de aventuras, clínicas deportivas y entrenamientos.
Deporte y diabetes son dos palabras muy familiares en la vida de los Baraldi. Es que además del papá (que falleció en 2001), de Pedro y de Andrés, otro de los hermanos, Mariano, también es diabético. "Yo ya era grande, casado y con hijos –dice este ingeniero agrónomo de 42 años, escoltado por su esposa, Valeria, profesora de inglés, y sus hijos Catalina, Mariano y Milagros–. Ocurrió hace 12 años. Tuve síntomas parecidos a los de Pedro, y como ya había tantos antecedentes en la familia lo sospeché enseguida."
Mariano, que reparte su tiempo entre Funes y Escalante, donde está el campo que administra, reconoce que durante algún tiempo no le prestó a la diabetes toda la atención que requería. "Y terminé internado en terapia intensiva –recuerda–. Ahora tengo más conciencia y me cuido más. Lo más difícil es que es una enfermedad permanente, pero tenemos que aprender a vivir evitando que el eje sea estar enfermos…"
Andrés es el menor –tiene 37 años–, pero el que más sabe de diabetes. "Cuando empecé fue muy difícil –recuerda–. Hervía las jeringas… Era chico y andaba con el frasquito de sacarina. En los cumpleaños tomaba té con galletitas de jamón y queso. Antes no teníamos la menor idea de si la glucemia estaba alta o baja. Ahora hay aparatos para medirla en unos segundos y las agujas se ponen solas de tan fácil." Como Mariano, Andrés trabaja en el campo y jugó al rugby hasta los 19 o 20. Está casado con Paulina, arquitecta, y tiene dos hijos: Felipe, de 4 años, y Tadeo, de 2. "Felipe sabe ponerme la insulina –explica Andrés–. Quiero que no les tenga miedo a las agujas, y lo único que pido a Dios es que si les toca, que sea de grandes. Esta enfermedad no te la hace fácil, pero aprendés mucho. Yo vivo el día a día. Y trato de disfrutar de cada segundo."
A pesar de que la diabetes es una cuestión omnipresente en sus vidas, ni Pedro ni Mariano ni Andrés hablan del tema. "Aunque cuando nos reunimos, vemos qué come cada uno, y el que se pasa se banca las cargadas", explican entre risas. Y aseguran que uno de los grandes secretos radica en dar con un buen médico. "El médico tiene que manejar la parte psicológica: es el 50% de la enfermedad –dice Andrés–. Cuando murió mi mamá, hace 9 años, tuve una de las glucemias más altas de mi vida; cuando perdí la cosecha, fue la única vez que me internaron."
"No me molesta aplicarme insulina. Es como lavarme los dientes –explica Pedro–. Mi enfermedad no interfirió. Viajé mucho: a Hong Kong, por ejemplo, fui 10 veces. Siempre llevé mi insulina y me la apliqué sin problemas; ni en los viajes de avión ni por los cambios horarios."
Pedro jugó en Seven de Los Pumas desde 1989 hasta enero de 2001, en Mar del Plata. "Tenía 35 años y me di el gusto de dejar de jugar al rugby después de un Mundial, y acá, en mi país."
Nachi Heguy, amante del polo, la naturaleza y la música
Un salvador llamado deporte
Nachi Heguy convive con la diabetes desde los 8 años. Le tocaron las épocas en que tomar una gaseosa sin azúcar o decir que no a un postre eran sinónimo de ser "bicho raro". Pero él nunca dio muchas explicaciones y tampoco se privó de hacer nada de lo que le gustaba. Y tal vez sea por eso que desde muy chico se acostumbró a preferir lo salado a lo dulce: aún hoy se le hace agua a la boca con un rico asado mucho más que con las tortas. "A mí me ayudaron muchas cosas –asegura–. Pero, de todo, lo mejor fue el deporte, que siempre es bueno, pero para un diabético es la salvación."
A los 32 años, y junto a dos de sus tres hermanos, Nachi es una de las estrellas del equipo de polo Indios Chapaleufú. Pero, además de polista –amante de los caballos y de los animales en general, del verde y la naturaleza–, Nachi juega al golf, al tenis, al fútbol. Y casi con la misma pasión con la que se dedica a los deportes también se entusiasma por la música. En su departamento, los CD suman varios cientos, y él toca la guitarra.
En su familia es el único caso conocido de diabetes, y dice que gracias a los conocimientos de su padre, Alberto, médico veterinario, cuando empezó con síntomas característicos se la diagnosticaron de inmediato.
"Cuando sos chico, la diabetes, en realidad, la tienen tus padres", recuerda. "Fui rebelde en muchas cosas, siempre, pero nunca con la diabetes. Me cuidaron bien y aprendí bien. Y mi familia ayudó a que nunca lo viera como una limitación: hicieron que yo quisiera lo mismo que quieren todos."
Durante los dos o tres primeros años, era su mamá, Silvia, quien le aplicaba las inyecciones de insulina. Después aprendió a hacerlo solo. Y a pesar de que hasta su propia médica le hace bromas al respecto, Nachi Heguy sigue con las jeringas, el método más antiguo del que se dispone.
En su relación con la diabetes solamente hay un tema que lo inquieta: el temor a las hipoglucemias. "El problema es que si estás con la glucemia alta lo advertís –dice–, pero cuando baja, por ejemplo mientras uno duerme, es difícil darse cuenta, porque te cuesta reaccionar. Por suerte me tocó muy pocas veces y ahora, que estoy casado, tengo una gran ventaja: si mi glucemia desciende transpiro muchísimo, y eso ayuda a que mi mujer también lo advierta…"
Natasha Elliot, que escucha atentamente a su marido, asiente con una sonrisa. Nachi dice que es un padre "semimoderno", porque aprendió a bañar, cambiar y hacer dormir a su hijita Siena, de 7 meses, pero que –por ahora– no le sabe cambiar bien los pañales.
"Además, todavía es chiquita, así que recién estamos empezando a jugar… Viste que con los papás la relación de los bebes es distinta de la que tienen con las mamás…", se justifica. Pero todas sus palabras se convierten en sonidos inútiles cuando Siena entra y Nachi se desarma en absoluto amor por su hija, que duerme plácidamente en su cochecito, abrigada por un saquito con capucha que deja ver sus mejillas rosadas.
Verónica Giménez: un embarazo difícil que los futuros papás "pelearon" día a día
Milagro de amor
En poco más de un mes, Franco cumplirá su primer año y la casa se vestirá de fiesta. Es que Verónica Giménez, de 29 años, profesora de educación física y licenciada en kinesiología, era diabética desde hacía dos años cuando quedó embarazada, y muchas veces temió, durante esos 9 interminables meses, no llegar a ver esa carita siempre sonriente con que hoy ella celebra la vida junto a Gonzalo, su marido, de 31 años, arquitecto.
"Diabética lábil", sentenció la médica obstetra, que, sin muchas explicaciones, decidió dejar de atenderla en el 5º mes de embarazo porque la gestación parecía demasiado complicada. Pero Verónica y Gonzalo nunca bajaron los brazos.
"Nos decían que era un embarazo de alto riesgo. ¡Eso ya lo sabíamos! Me controlaba 7 veces por día la glucemia –recuerda Verónica–. Iba cambiando de dedo, y dividía imaginariamente cada dedo en varios sectores para poder pincharme en distintas partes cada vez. Tenía que completar una dieta con determinada cantidad de calorías diarias, y entonces me despertaba cada noche, a las 3 de la mañana; me medía la glucemia y, según el resultado, comía algo más." Tanto cuidado dio sus frutos, y el bebe nació con un peso normal: 3380 kg.
El caso de Verónica no era el primero en su familia: su hermano es diabético desde los 10 años. "Pero nosotros intentamos tomarlo diferente –dice Gonzalo–. Desde el principio sentimos que no sería una cruz de arrastrar ni una tragedia, y esta forma de encararlo hasta mejoró el funcionamiento de todo el resto de la familia."
Verónica y Gonzalo dicen que no permitieron que la diabetes fuera un impedimento para ser felices. "Por supuesto, querríamos que no existiera –admiten–, pero hacemos una vida lo más normal posible."
Sin embargo, no todo son rosas. Uno de los principales problemas que Verónica enfrenta es que debe pagar parte del costo de su tratamiento… de su propio bolsillo. "El problema no es la insulina; eso lo tengo cubierto. El problema es que para tener bien controlada mi glucemia uso 4 tiras reactivas por día –explica–. Me reconocen 400 tiras por año, que es lo que provee el programa oficial, pero yo uso muchas más. Solamente 25 me cuestan unos 80 pesos… Es cierto que la enorme cantidad de población diabética no se pincha, y por eso creen que con 400 tiras alcanza. Pero también somos muchos los que queremos y necesitamos pincharnos para controlarnos bien. Y también merecemos ser tenidos en cuenta."
Por Gabriela Navarra
Para saber más
http://www.cuidar.org/
http://www.fad.org.ar/
http://www.adiba.sion.com/
www.lapdi.org.ar
Servicio de Nutrición y Diabetes. Hospital Ramos Mejía. Urquiza 609. Consultorio 151
Atención de Lunes a Viernes de 8 a 12 hs.
La vida en un frasco
-Doctor McLeod, me gustaría usar su laboratorio para unos experimentos mientras usted esté de vacaciones…
Frederick Grant Banting, cirujano ortopedista y fisiólogo de 29 años, obtuvo el visto bueno: ocho semanas en el Laboratorio de Fisiología de la Universidad de Toronto, Canadá, que dirigía su amigo, McLeod.
Este designó a dos estudiantes para ayudar a Banting, pero como era época de vacaciones tiraron una moneda para decidir quién se quedaría. Lo que primero parecía pura mala suerte recayó sobre Charles Best, un norteamericano de 22 años próximo a graduarse en fisiología.
En tan sólo 9 semanas, luchando contra reloj, Banting y Best obtuvieron un extracto de páncreas de varios de los perros con los que trabajaban. Después, provocaron una diabetes experimental en otros y, una vez desarrollada la enfermedad, comprobaron que la administración de ese extracto reducía o anulaba la glucosuria de los canes diabéticos. Habían descubierto la insulina, que llamaron "isletina" y que otros bautizaron "la vida en un frasco."
Por una cifra irrisoria –un dólar–, McLeod otorgó la patente de síntesis y purificación de la nueva sustancia a la Universidad de Toronto, que, a su vez, la cedió durante un año al laboratorio estadounidense Eli Lilly para producirla industrialmente.
"Entre 1922 y 1923, el laboratorio aumentó la pureza al menos mil veces", explica el doctor Daniel Flores, director médico de Eli Lilly para el Cono Sur. La primera insulina, Iletin, salió al mercado el 15 de octubre de 1923. "Fue una revolución –dice Flores– Un hito en la historia de la medicina."
10 falsos conceptos
1. La diabetes no mata
Sí. Causa más de 3 millones de muertes al año. Cada 10 segundos, dos personas desarrollan la enfermedad y una muere por alguna causa vinculada con ella.
2. La diabetes ocurre en países ricos
No. En muchos países de Asia, Medio Oriente, Oceanía y el Caribe, entre el 12% y el 20% de la población sufre la enfermedad y en 2025 el 80% de los diabéticos vivirán en países de mediano y de bajo nivel económico.
3. Atender la diabetes no es caro
En 2007 se gastarán de 215 mil millones a 375 mil millones de dólares. En una eneración, esos costos oscilarán entre 234 mil millones y 411 mil millones.
4. La diabetes es una enfermedad de personas mayores
No. En 2007, en países en vías de desarrollo estarán afectados unos 30 millones de personas de 20 a 39 años; 70 millones de 40 a 59 años y 40 millones de 60 a 79 años. En países desarrollados, serán diabéticos unos 5 millones de 20 a 39 años, cerca de 30 millones de 40 a 59 años y más de 40 millones mayores de 60.
5. La diabetes afecta más a los varones
Impacta sobre uno u otro sexo y su incidencia se incrementa entre las mujeres.
6. La diabetes es consecuencia de elegir un mal estilo de vida
En la diabetes tipo 2 influyen el sedentarismo, la obesidad y la ingesta aumentada de grasas e hidratos de carbono. Pero las personas pobres no "eligen" un estilo de vida; no tienen otras opciones.
7. La diabetes no tiene prevención
No la diabetes tipo 1, pero sí la tipo 2:ejercicio físico, una dieta más sana y evitar el sobrepeso son las principales medidas.
8. La prevención es muy cara
Nada más equivocado. Los cambios se basan en una vida más saludable, y esto ahorra costos en lugar de incrementarlos.
9. Evitar las complicaciones de la enfermedad tiene un altísimo costo
Los estudios muestran que controlar la presión arterial, la glucemia y el colesterol ahorra gastos al prevenir ataques cardíacos, accidentes cerebrales, amputaciones, diálisis.
10. Hay un programa global para luchar contra la diabetes
No. Sólo en los EE.UU., donde afecta a más del 8% de la población, se le otorgó apenas el 0,1% de un presupuesto de casi 3 mil millones de dólares para enfermedades crónicas. Se busca que las Naciones Unidas adopten una resolución sobre la dramática extensión de la diabetes en todo el planeta.
Fuente: Unite for diabetes
( http://www.unitefordiabetes.org )
Una epidemia mundial que no se detiene
La enfermedad creció dramáticamente en las últimas dos décadas, al compás de la obesidad y el sedentarismo
Las cifras son preocupantes: en 1985, había unos 30 millones de personas con diabetes en el mundo. Hoy la enfermedad afecta a más de 230 millones y todo indica que, de no mediar intervenciones efectivas, en dos décadas habrá en el mundo 350 millones de diabéticos. Nuestro país no es la excepción. Los cálculos indican que entre un 6 y un 7% de la población argentina (alrededor de 3 millones de personas) vive con diabetes. Cerca de la mitad desconoce su problema y el 30% de quienes lo conocen no hace ningún tipo de control.
El impacto de la epidemia se vincula con el drástico crecimiento de la forma más frecuente de diabetes, la tipo 2 (cerca del 90% de los casos), antes llamada no insulinodependiente, que, si bien está en relación con la predisposición genética, debe su explosiva irrupción a una alimentación rica en grasas y azúcares, sedentarismo y obesidad. Antes, esta diabetes aparecía luego de los 40 o 50 años. Pero ahora, con chicos cada vez más obesos y sedentarios, se presenta ya desde la niñez.
Enfermedad se caracteriza por la falta total o la deficiente acción de la hormona insulina –la "llave" que abre la puerta de las células para que en éstas ingrese la glucosa (energía) que consumimos con los alimentos. La forma menos frecuente, que representa entre el 10% y 15% de los casos, es la diabetes tipo 1, fruto de una reacción autoinmune que hace que por un motivo aún no desentrañado el organismo se ataque a sí mismo y destruya sus células beta, que producen insulina en el páncreas. Por eso, los diabéticos tipo 1 necesitan insulina para vivir, y también en estos casos –como en la diabetes tipo 2– hay un componente hereditario. La tipo 1 puede aparecer a cualquier edad, pero es más frecuente en la niñez o en la juventud, y suele ser de comienzo más "espectacular": el páncreas se queda sin células beta y sin insulina, y el organismo, cargado de glucosa y sin poder usarla como energía, intenta desesperadamente eliminarla a través de la orina. La persona tiene mucha sed, así como hambre excesiva, y al mismo tiempo va perdiendo peso porque sus células no reciben energía. Los síntomas de diabetes tipo 2 son menos claros y a menudo transcurren entre 5 y 10 años antes del diagnóstico. En ese momento, generalmente ya ha producido alguna de las complicaciones crónicas (ver infografía) que podrían haberse prevenido con tratamiento adecuado. Sin embargo, su presencia puede sospecharse si existe obesidad abdominal (88 cm en las mujeres, 102 en los varones), alto colesterol, hipertensión arterial y antecedentes familiares.
La diabetes tipo 1 se trata con insulina; la tipo 2, con medicamentos orales y, en un número creciente de casos, también con insulina. Pero un elemento clave –si no el más– del tratamiento no viene en píldoras ni en inyecciones: se llama educación.
"La educación en diabetes no tiene prestigio, ni entre los pacientes ni entre los médicos, y eso hace que muchos diabéticos no se incorporen activamente al control y el tratamiento de su enfermedad, que es algo fundamental", dice con preocupación el doctor Juan José Gagliardino, director del Centro de Endocrinología Experimental y Aplicada (Cenexa), un prestigioso instituto dependiente del Conicet que funciona en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de La Plata (UNLP). Gagliardino dirige junto con la profesora María del C. Malbrán la primera Maestría en Educación de Personas con Diabetes y otros Factores de Riesgo Cardiovascular, que dura dos años y se cursa en la Facultad de Ciencias Médicas de la UNLP. "Pueden ingresar egresados universitarios o terciarios de las áreas de salud, educación y trabajo social –dice–. Pronto tendremos los primeros graduados. Nuestro objetivo es prestigiar la educación en diabetes."
El futuro más cercano
El año próximo, dos nuevos productos llegarán al mercado argentino: la insulina inhalada y la exenatida, pionera de un nuevo tipo de drogas llamadas incretin miméticos.
Será la primera vez que se disponga de una versión no inyectable de insulina. ¿Es el adiós a las agujas? Definitivamente, no. La insulina inhalada reemplazará las dosis de antes de las comidas, pero no la insulina basal, que se inyecta al comenzar el día.
Sin embargo, y por otra parte, no parece ser la aguja lo que más temen los diabéticos.
"El temor es a la insulina –dice Gagliardino–. Y otra vez lo tenemos que achacar a la falta de educación. La gente asocia la insulina con que se la dieron a la abuelita y al poco tiempo empeoró o falleció. El problema es que casi siempre llega tarde: en muchos pacientes tipo 2 habría que dársela antes, pero la indican cuando ya hay complicaciones."
La insulina inhalada tampoco será para todos: hasta tanto no haya más estudios, estará contraindicada en niños, en fumadores y en casos de enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC).
En cuanto a la exenatida, será un producto inyectable indicado para diabéticos tipo 2 que no hayan alcanzado las metas terapéuticas con otros antidiabéticos orales. Este nuevo fármaco es fruto de las investigaciones del endocrinólogo John Eng, que estudiando la saliva de un lagarto llamado "monstruo de Gila", que habita los desiertos de México y del sudoeste de los EE.UU., descubrió uno de los secretos que le permitían alimentarse tan sólo 3 o 4 veces por año pero administrar sabiamente su energía: era una hormona presente en su saliva que llamó exendin-4. Eng descubrió que la sustancia tenía poderosos efectos hipoglucemiantes y la encontró similar a la hormona Péptido 1 semejante al glucagón (GLP-1), presente en el intestino humano y que también garantiza un suministro estable de glucosa.
"Podría cambiar la historia natural de la enfermedad –enfatiza el doctor Julio César Bragagnolo, jefe del Servicio de Nutrición y Diabetes del hospital Ramos Mejía–; el primero que parecería mostrar una tendencia a la conservación de la función de las células beta en el páncreas. Es un mecanismo atractivo, porque induce saciedad, ayuda a bajar de peso y mejora la sensibilidad de la célula beta y la secreción de la insulina endógena." El principal efecto adverso son las náuseas.
Uno de los grandes sueños son métodos no invasivos para medir la glucemia, que hasta ahora demandan el uso de una gotita de sangre, infinitamente pequeña, pero gotita de sangre al fin. Unas 10 compañías internacionales anuncian sensores transcutáneos, dispositivos que envían rayos de luz al ojo, captan información por ultrasonido o a través de la saliva o las lágrimas para decirle adiós al pinchazo…
"Nada por ahora –advierte Bragagnolo–. No existe nada que iguale a la gotita de sangre del dedo, que da información inmediata, sin demora. Estos nuevos sistemas están en desarrollo, podrían servir para analizar cómo estuvo un paciente, pero no para decidir conductas en materia de medicación, o tener bien controlada la diabetes."
http://www.lanacion.com.ar/edicionimpresa/suplementos/revista/nota.asp?nota_id=839893